Retratos
De sacrificios y felicidades
Elena Roldán Tormo
Juan Ballester
Debe ser inevitable, pero lo cierto es que los seres humanos sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Bueno, a veces incluso ni tronando. Digo esto ahora porque se ve que uno es también devoto de esta santa y mártir mujer fenicia y vengo a acordarme de nuestra sanidad, de esa importantísima parcela social que atañe al cuidado y la restitución de nuestra salud, sólo ahora, cuando no tengo palabras suficientes para agradecerle lo que está haciendo por un familiar cercano.
Nuestra retratada de hoy se llama Elena Roldán Tormo y trabaja como médica internista de la UCI en Pediatría del Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia. Pues bien, Elena es una persona que difícilmente habríamos sabido de ella (ni yo, ni la mayoría de ustedes que ahora leen estas palabras), si no hubiera sido porque recientemente mi nieta tuvo necesidad de permanecer en ese servicio de cuidados intensivos más de un mes. Y, obviamente, la cito a ella, no como un caso especial de médica o simplemente de persona extraordinaria, que, por supuesto también lo es, sino como representante de un numeroso colectivo de profesionales que abarca, desde los cargos de responsabilidad administrativa o profesional más alta de la sanidad, a cualquiera de los trabajos de servicios externos contratados por el hospital, pero cuyo trabajo es imprescindible para que todo funcione con las máximas garantías posibles. ¡Ay!, cómo no acordarme hoy del entrañable Roberto, el chico que limpiaba los fines de semana la habitación 407.
Es verdad que, en todo nuestro complejo sistema social, existen infinidad de trabajos y trabajadores que tampoco conocemos y sin los cuales esa especie de servicios sociales de los que disfrutamos, no serían posibles. Pensemos en los agricultores, los policías, los repartidores de Amazon, las personas que acompañan y cuidan a nuestros mayores… Hoy hemos escogido el sector de la sanidad como ejemplo de lo que es nuestra sociedad, pero, si sólo cuando truena nos acordamos de ellos, ¿por qué y cómo hemos llegado a normalizar tal indiferencia? ¿por qué jamás pensamos en la Elena bombera que cualquier día arriesgará su vida para salvar la nuestra? ¿En qué tipo de letargo andamos cuando no somos conscientes, a diario y sin necesidad de que truene, que tenemos el privilegio de vivir en una sociedad llena de santas y santos? Está muy bien luchar por mejorar, pero dejémonos ya de tanta queja interesada y de mirarnos tanto el ombligo; limitémonos a intentar ser cada día esa Elena que todos deberíamos llevar dentro, pero no para buscar nuestra propia felicidad -que también-, sino para intentar hacer felices a los demás.
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