Erre que erre (Rock n roll)

¿Y, cómo iba vestida?

Resulta alarmante que en pleno siglo XXI sigamos educando a las niñas desde pequeñas y a las mujeres siendo adultas a no ser violadas, en lugar de educar a los niños y concienciar a los adultos a no violar

Dani Alves

Dani Alves / Contactphoto

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Ha sido imposible no escuchar la agitada charla que mantenían dos personajes ya obsoletos, viviendo en el Paleolítico Medio, sobre el mediático juicio que estos días se impone a Dani Alves. Jamás viví de cerca una conversación tan desagradable en la que se denigrase tanto a una mujer por denunciar una presunta violación sexual. He querido acercarme con intención de hacerles parar, pero sus risas de hiena y, sobre todo, sus caras, me han provocado náuseas. Así, he optado por mirarlos fijamente con la condescendencia que se aplica a un condenado cuya familia jamás lo visitó en prisión. 

Casandra fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, Casandra rechazó el amor del dios. Este, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Este par tampoco creerá jamás a la chica que ha osado denunciar a un futbolista que parecía intocable. Hay hombres cuya misoginia roza el delito, piensan que las opuestas, por el hecho de serlo, nacen ya con el gen de la manipulación, la maldad y el interés intrínseco, y eso es muy peligroso. Afortunadamente, cada vez es más reducido el pensamiento ilustrado del troglodita, salvo cuando, por modas, el apelativo ‘zorra’ viene de otra igual, pero eso lo tratamos en otra columna. 

Creer que la lucha feminista, cuya intención es llegar a una lejana igualdad, les convierte en culpables por defecto, no es más que una señal que delata su congoja a quedarse sin sexo previo pago, porque, tristemente, es a lo único a lo que más de uno puede aspirar. Mi cometido jamás ha sido atacar, desde mi posición, a ningún hombre que no se lo haya buscado previamente, pero estos han ido demasiado lejos. Y cuando el trato recibido es degradante, cuando la humillación sobrepasa límites, no nos podemos quedar de brazos cruzados. 

Decir que, ante todo, desde aquí se respeta el derecho de la presunción de inocencia de cualquier persona mientras no se demuestre lo contrario, lo que no justifica un ataque a la que hoy es la supuesta víctima. La que, gracias a una sociedad que se ha levantado tendiendo puentes para que las agallas que supone denunciar a un agresor sexual no caigan en vacío, ha gritado «basta». Algo está cambiando, resulta alarmante que en pleno siglo XXI sigamos educando a las niñas desde pequeñas y a las mujeres siendo adultas a no ser violadas, en lugar de educar a los niños y concienciar a los adultos a no violar; que entiendan, la minoría que lo deba entender, que el acceso al cuerpo de una mujer, sin previo consentimiento, no está bien, no es correcto, no es cívico, es inmoral y es delito. Pero de alguna manera, hemos encendido una luz que guía a esas cuatro mujeres que son violadas al día en este país, empezamos a allanar el camino. No es de recibo que un 44% de mujeres den muestra de haber sufrido algún tipo de violencia sexual a lo largo de su vida, esto tiene que parar aquí.

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