DULCE JUEVES

A 90 segundos del futuro

Los logros de la ciencia, en su empeño por rebelarse contra lo que nos hace humanos, parecen los sueños cumplidos de tipos como Elon Musk

NASA

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Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Últimamente me interesa el futuro. Será que me estoy haciendo viejo. El problema es que, de repente, hoy ya es casi el futuro. Antes leíamos novelas de ciencia ficción y nos gustaban porque pensábamos que el lado malo de los avances tecnológicos nunca se cumpliría. Ahora las leemos como descripciones del presente, o de un futuro inminente. Las noticias son ya historias de ciencia ficción. Y por lo que se vislumbra, podríamos decir del futuro lo que J. P. Hartley decía sobre el pasado, que es un país extranjero. O aún más, un planeta extraño. Creo que en el futuro, es decir, a la vuelta de la esquina, me sentiré como el astronauta de la novela Retorno de las estrellas, de Stanislaw Lem, que, tras volver a la Tierra tras una expedición espacial, se encuentra con un mundo que ya no es capaz de entender. Aunque para él, que viajaba a la velocidad de la luz, ha transcurrido solo una década, en tiempo real ha pasado más de un siglo. Su sensación de extrañeza es total, pues el mundo tal como era ha desaparecido y lo ha dejado atrás. Deambula por una Tierra que ya no reconoce como su hogar. Convertido en un desarraigado, un anacronismo viviente, se ve a sí mismo como un hombre de las cavernas.

La extrañeza total que experimenta el astronauta de otra época no solo atañe a la realidad material, sino a las motivaciones humanas, al trasfondo espiritual de la especie. Una sociedad ultratecnificada, resultado del poder absoluto del hombre sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su mente, ha provocado cambios irreversibles en la civilización. Es un mundo suspendido en el aire, que ha ganado la batalla contra lo sólido, lo pesado, lo grave. Ya no hay cosas. Todo es líquido, ligero, evanescente. Hay soles artificiales, calles trazadas como pasadizos de luz y edificios como cascadas de cristal. Y no hay forma de diferenciar lo real de las proyecciones de la mente o de las máquinas. Pero no son solo las cosas. Los logros de la ciencia, en su empeño por rebelarse contra lo que nos hace humanos, parecen los sueños cumplidos de tipos como Elon Musk. A cambio de seguridad y bienestar, se ha sacrificado todo lo que significaba la existencia: el bien y el mal, la libertad, el amor.

Según un grupo de sabios que se hacen llamar ‘Científicos Atómicos’, estamos a solo 90 segundos de la medianoche, más cerca que nunca de la catástrofe global. Entre los motivos: las guerras, la desinformación, las amenazas biológicas, la crisis climática y los riesgos existenciales de la inteligencia artificial. O cambiamos muchas cosas o el fin de la humanidad seguirá acelerándose. Pero el panorama no puede ser más pesimista si la ciencia está a sueldo de millonarios siniestros y la política la dirigen líderes lunáticos. Quizá el reloj del apocalipsis no esté marcando las horas del planeta, pero sí las de nuestra civilización. Stanislaw Lem creía que, si lo desea, el ser humano alcanzará cualquier objetivo, pero será en vano si no es capaz de comprender que el precio puede hacer que el objetivo resulte absurdo.

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