Crónicas de Titirimurcia

Es bueno ser rey

El rey emérito Juan Carlos I

El rey emérito Juan Carlos I / EFE

Antonio López

Antonio López

Como representaba el cineasta norteamericano Mel Brooks en una escena de la película La loca historia del mundo, en la que un monarca afrancesado ejercita su puntería ‘tirando al pobre’ en los jardines de Versalles, lo que a priori era una divertida parodia, en realidad no se encuentra muy lejos de algunas prácticas reales frecuentemente realizadas un par de siglos atrás. No es extraño que al último rey de Francia le cortaran la cabeza, ni el hecho de que al zar Nicolás II lo fusilaran junto a toda su familia, son cosas que pasan cuando condenas a tus súbditos a la miseria y la humillación permanente, llega un momento en que al pueblo se le hinchan los cojones, y claro, degüellan hasta el apuntador.

El rey que disparaba su escopeta contra aquellos pobres, como si estuviera tirando al plato, continuamente decía «Es bueno ser rey», y desde luego debía serlo, no en vano se mataban por una corona, y para mantener la estirpe y las dinastías lo habitual era aparearse entre ellos, primos con tías, sobrinas con hermanos y lo que hiciese falta para seguir en el trono, como consecuencia, la mayoría de los hijos les salían tontos, feos y con serios defectos de fábrica, solo tienes que mirar la galería de retratos de los reyes que han gobernado España desde 1.700 y verás que colección de especímenes.

Al comienzo del siglo XVIII llegaron a nuestro país dos fenómenos procedentes de Francia a cual de ellos más lamentable; el primero fue una epidemia de sífilis que diezmó a la población aterrorizando al populacho, la segunda fue la llegada al trono de la monarquía española de la dinastía de los Borbones, personificada en Felipe V, duque de Anjou, nieto del rey de Francia, Luis XIV, el Rey Sol, e hijo segundo del delfín. Desde aquel momento comenzó la decadencia del Imperio Español y la progresiva pérdida de sus colonias. Los nuevos gobernantes estaban más preocupados por construir fastuosos palacios y rodearse de lujos antes que mantener la integridad del reino, provocaron guerras y revueltas por la sucesión y el hundimiento absoluto de la economía española, dejando al país en manos de los franceses en tiempos de Fernando VII, uno de los personajes más execrables que ocupó el trono en España.

Afortunadamente, hoy ya no disparan sobre los pobres, aunque lo siguen haciendo sobre elefantes y todo tipo de bichos, tenemos un ejemplo demasiado cercano de la vidorra que se siguen pegando personificado en el Rey emérito, Juan Carlos I, un claro espécimen de monarca decimonónico, obsesionado por el lujo y la riqueza, las mujeres y la buena vida en general, sus constantes excesos han costado a los españoles una auténtica fortuna, su afición al dinero y a las fulanas de alto standing le llevaron a la abdicación en la persona de su hijo Felipe, actual Rey de España, y un exilio, mitad voluntario, mitad forzado por las circunstancias, a los Emiratos árabes, país que lo recibió con los brazos abiertos, en el que puede continuar llevando una existencia como a él le gusta, con las únicas limitaciones de su edad, y a salvo de críticas, tribunales e inspecciones fiscales.

Un avión privado a su exclusiva disposición lo trae y lo lleva, cada vez más frecuentemente, a donde le apetezca viajar, a comer percebes a Galicia, a la ópera de París, a cazar a Ciudad Real o a Suiza para revisar sus finanzas, como verán, cosas habituales en la vida de cualquier jubilado español, que tiene que recurrir a Cáritas para comer los treinta días del mes.

Supongo que a estas alturas nadie tendrá dudas de lo bueno que es ser Rey, lo jodido es levantarse todos los días a las siete de la mañana, trabajar diez o doce horas, comer lo más barato del súper y olvidarte del sexo después de treinta y cinco años durmiendo con la madre de tus hijos. 

Menos mal que tenemos una Constitución que lo mismo sirve para declararnos a todos iguales que para que los Borbones sigan reinando en España. Hay que joderse.

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