Al azar
El rey está enfadado
El enfado es una pasión activa, peor sería que apareciera solo triste. Tampoco está claro si su irritación se dirige al común de sus ciudadanos, a los insolentes que disputan la Nación o a sí mismo
Una lección de Derecho Constitucional no es el menú más aconsejable para una alocución navideña, pero Felipe VI anda preocupado por el empacho de sus súbditos. En un país donde ni siquiera los antimonárquicos quieren una república, el Rey corona con su mensaje la primera década en el trono, la unidad de medida de las dinastías.
El impecable recorte de pelo y barba, junto a la mejor interpretación jamás obtenida por el orador, acentúan la percepción de que el discurso no tuvo nada de festivo. Fue sin duda la primera ocasión en que incorpora la palabra «tragedia», tal vez porque es de imposible pronunciación para Juan Carlos I y porque de momento se sitúa en el pasado.
El espectador intenta descifrar el estado de ánimo del monarca, único sentido de su interpretación de Nochebuena, cuando uno de los niños de la cena pasa por delante del televisor y se pregunta:
-¿Por qué está tan enfadado este señor?
El enfado es una pasión activa, peor sería que apareciera solo triste. Tampoco está claro si su irritación se dirige al común de sus ciudadanos, a los insolentes que disputan la Nación o a sí mismo.
Ahora mismo, la unidad del matrimonio real plantea tantas dudas como la solidez de España, suerte que se ha reafirmado un nuevo pacto tácito para callar la propuesta de investidura de PP/Vox y la complicidad con Milei. Sin olvidar la crisis de envejecimiento.
El joven príncipe fue no tan joven rey, y ahora apacienta a un primer ministro a quien aventaja en años. Cualquiera que sea la razón del disgusto regio, la foto de su hija y sucesora al fondo contagia un trasfondo ominoso.
En idéntico trance, Carlos III de Inglaterra comparece semioculto por un abeto reciclable, como símbolo del arraigo de la monarquía en suelo hostil y porque solo cuenta con el respaldo de la mitad de sus hijos.
Felipe VI habla de la Constitución de 1978 con la soltura de quien estaba allí, salvo que tenía diez años. Su mensaje presuntamente navideño se resume en «o de lo contrario». Ejecuta su felicitación de despedida en nombre propio, «de la Reina, de la Princesa Leonor y de la Infanta Sofía».
En efecto, no menciona a Letizia.
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