Erre que erre (rock n roll)

Navidad por compasión

Aún anhelando a los que no están, nos toca el deber de intentar gozar de los pequeños momentos de magia que nos brinda la vida en estas fechas

Annie Spratt / UNSPLASH

Annie Spratt / UNSPLASH

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Con las tradiciones sucede como con las parejas o las plantas de balcón, si no se riegan, cuidan y alimentan, tornan a marchitas casi sin darnos cuenta. El día menos esperado se esfuman, como desaparece el reflejo entre las tinieblas de la confusión. 

Es Navidad, época de buenos y duraderos propósitos, y todo parece decirnos que es momento de enmendar lo que durante el año, a punto de acabar, no nos permitimos. Casi resultaría idílico de no ser porque la hipocresía está convocada y sale a jugar por la banda. Inevitable evocar el tiempo pasado, demasiados recuerdos los grabados a fuego lento. Una cocina de leña, la bonita era intocable, me veo sentada a los pies de la falda de mi abuela. Ella capitaneaba la nave nodriza que se activaba para preparar los más selectos manjares que un paladar haya sido capaz de saborear. Cada tripulante tenía una misión que no hacía falta recordar de un año a otro.

Los vecinos cargaban los sacos de almendra que los niños partimos a golpe de maza sobre una placa de mármol o un sólido tronco de madera. La cocina emanaba un dulce olor a canela, azahar, anís y chasca. Y las vecinas amasaban los ingredientes con una delicadeza propia de Eiko Matsuda en El Imperio de los Sentidos (Nagisa Ôshima, 1976)

Discos de pizarra tallados a golpe de Los Campanilleros, donde La Niña de la Puebla podía provocarte una depresión con síntomas psicóticos, si tus tías no andaban al quite para detener el gramófono y pulsar el play del radio cassette, donde el sublime Manuel Vargas Jiménez ‘Bambino’ cantaba al amor prohibido

Tonadas que acontecían como banda sonora; mientras las manos más pulcras que jamás aprecié, hasta que pisé un quirófano, ejecutaban el ritual de darle forma a polvorones, tortas de recao y cordiales... Y las vecinas secaban sus lágrimas. Las mujeres, casi todas las mujeres, en algún momento lloraban con la mirada perdida en un infinito untado de harina.

Seguramente las canciones evocaban una época donde la Navidad tuvo otra connotación. La que casi por obligación debemos tener las madres, para que un bonito recuerdo perdure en la memoria de nuestros hijos. Y aún anhelando a los que no están, nos toca el deber de intentar gozar de los pequeños momentos de magia que nos brinda la vida en estas fechas, la misma vida que solo nos pone obstáculos capaces de ser superados. 

Toca recoger rescoldos de lo que para muchos es infamia, plantar cara al año que asoma y hacernos valer. 

Disfruten.

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