La Feliz Gobernación

Cuento (sanchista) de Navidad

Inflar el globo secesionista a cambio de subir el salario mínimo es una inversión fallida, como se constató en las últimas generales: el incremento anterior del SMI, la reformita laboral y la subida de las pensiones de acuerdo al IPC no produjeron el rédito de la victoria electoral a pesar de la satisfacción general por ese tipo de decisiones, criticadas por la derecha

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard.

Ángel Montiel

Ángel Montiel

La política sanchista es un cuento de Navidad con un argumento inverosímil y, además, mal escrito. La narración no se sostiene si rebasamos el límite de los cinco años de edad, frontera en que los niños empiezan a rechazar lo que se les endosa como literatura de guardería, pues se rebelan contra su eternalización como bebés. 

La sinopsis de solapa es que todo vale para parar a la derecha, que viene encadenada a la ultraderecha. Pero la derecha no va a venir, porque ya está aquí, en los Ayuntamientos y en las Comunidades autónomas. Y no por causa de un santo advenimiento, sino por el voto democrático de los ciudadanos. Un voto que el pasado 28M fue entendido por gran parte de los analistas como de rechazo a la política nacional de Pedro Sánchez, gracias a la cual pagaron justos por pecadores. 

El presidente del Gobierno hizo esa misma lectura, derivada de la cual convocó elecciones generales para disipar su responsabilidad y entretener en una causa superior para su partido las posibles disidencias que podrían haber puesto en cuestión su liderazgo. En síntesis, la política del anterior Gobierno de Sánchez desencadenó el lema «que venga la derecha». Y, técnicamente, el PSOE y sus aliados de la izquierda también perdieron las elecciones del 23J

Gran paradoja que destroza el relato: cuantos más diques a la derecha, más avanza la derecha. De acuerdo a esa regla, todo el colosal esfuerzo que Sánchez está haciendo con la legitimidad indudable de su mayoría parlamentaria para parar a la derecha supondrá un ejercicio vano, pues se produce de manera artificiosa sobre la realidad social que se percibe en el sustrato del alambique político. Es decir, hoy la derecha no ha alcanzado el poder nacional, pero el método para impedirlo es tan tortuoso que forzará a que inevitablemente todo concluya en un proceso de normalización consistente en que la izquierda sea relegada también de la gobernación estatal, cosa que ocurrirá más tarde o más temprano. 

Y esto, tanto por la inconsistencia del relato sanchista como por la aceleración imparable de un proyecto indefinido en relación a los impulsos soberanistas de sus socios parlamentarios. No cabe duda de que Sánchez trabaja involuntariamente para que la derecha gobierne a medio plazo. Y que lo haga, además, dejando atrás a una izquierda que sufrirá graves problemas para la reconstrucción de su discurso y para restablecer un nuevo liderazgo tanto interno como social. Cuando el PSOE pierda pie en el poder, le costará décadas recuperarlo. No es una profecía, sino una lectura de la experiencia, de la que Región de Murcia es el piso piloto. 

Inflar el globo secesionista a cambio de subir el salario mínimo es una inversión fallida, como electoralmente se constató en las últimas generales: el incremento anterior del SMI, la reformista laboral y la subida de las pensiones de acuerdo al IPC no produjeron el rédito de la victoria electoral a pesar de la satisfacción general por ese tipo de decisiones, criticadas por la derecha. Y es que debe ser que el personal no acepta el paternalismo cuando observa que procede de una intención de compra de voluntades a cambio de hacer oídos sordos a cuestiones de Estado que desequilibran la igualdad territorial y, por tanto, la de los ciudadanos según se ubiquen en unas u otras autonomías. 

El prestigio de la izquierda por su voluntad de reforzar el Estado del Bienestar se va por el desagüe cuando doblega otra mano a las derechas nacionalistas que no entienden de la solidaridad nacional o a las izquierdas de ese cariz cuyo compromiso social es instrumental en favor de una desigualdad justificada en mitos historicistas. 

El cuento sanchista no es verosímil, está escrito a salto de mata y conduce a un final distinto al que proclama su argumento: lejos de parar a la derecha contribuye a llamarla

El discurso sanchista carece de coherencia interna, pues se adapta a cada circunstancia, no en función del interés general, sino del de la propia colla de la dirección socialista. Así, cuando ya nos habían convencido de que los indultos a los protagonistas juzgados del referéndum ilegal de Cataluña, más la rebaja del delito de malversación que les afectaba, habían contribuido a la inanición del discurso independentista, las nuevas necesidades de apoyo parlamentario les han hecho recorrer el camino inverso: inflar de nuevo las expectativas soberanistas, ahora con mayor radicalidad, con la imposible esperanza de que decaigan por mera consunción. 

Es imposible que el conjunto de la sociedad, y hasta los potenciales simpatizantes socialistas, acompañen en estas derivas al líder del PSOE, pues éste no da tregua al amplísimo campo de novedades disruptivas que abre con su incontenida aclimatación al impulso de los independentistas, a los que hace pocos meses presumía de haber apaciguado. El ritmo delirante de los estropicios impide que lo que llaman labor de didactismo penetre en sus propios partidarios. Los ‘cambios de opinión’, que el propio Sánchez admite como una característica de su trayectoria, han de responder a reflexiones individuales, sugeridas por argumentos que animen a razonar, pues viviríamos en una sociedad aplastada por el autoritarismo si todos tuviéramos que acompañar al unísono las ideas inflexivas del querido líder: un criterio a las diez y el contrario a las once menos cuarto. Y con más tomos que la Espasa conteniendo los recortes incompatibles de la maldita hemeroteca. Sánchez presume de pisar ‘tierra firme’, pero lleva a su manada por arenas movedizas.  

Además, si resultara convincente la necesidad de parar a la derecha por su genética vocación autoritaria, poco costaría asegurar que, en ese sentido, la derecha ya está instalada en la Moncloa con otro nombre. La instrumentación o descalificación del poder judicial, el blanqueo de los delincuentes políticos, la sumisión de la dirección parlamentaria a la agenda del Ejecutivo o los desplantes de los portavoces socialistas, empezando por Patxi López, a los medios de comunicación son ejemplos ilustrativos de un modo de proceder cuasi mesiánico, propio de un líder que, al haber sido elegido por la militancia, se considera ‘representante directo del pueblo’, sin que se vea obligado a aceptar mediación alguna. 

Por cierto, cuesta creer que la defensa de las actuales políticas de Sánchez sea conducida por un portavoz como Patxi López, quien alcanzó su máxima cota institucional al ser elegido Lehendakari con el apoyo del PP para evitar que en el País Vasco gobernaran no ya los independentistas, sino los nacionalistas del PNV. Coto entonces a la derecha nacionalista con el apoyo de la derecha nacional, esa a la que ahora hay que frenar con el apoyo de las derechas nacionalistas e independentistas. Son las piruetas que algunos hacen para mantener un sueldo en la vida política. 

Que la amnistía es una decisión política como cualquiera otra está fuera de duda frente a la contradicción del visible oportunismo. Pero un asunto de esa trascendencia, si fuera constitucional en el actual contexto, requeriría de ciertas condiciones de lógica elemental: consenso general, o al menos el intento sincero de lograrlo, más una respuesta de concordia de parte de los beneficiados. No sólo no se produce así, sino que es tan sólo un punto de partida que incluye una ristra de interminables cesiones del Estado que declaradamente han de concluir en la independencia de Cataluña. No parece el mejor plan para la mayoría social cuando el único saldo de este pacto es la investidura de Sánchez, que ni siquiera es un regalo para él, sino para los propios soberanistas, ya que el presidente del Gobierno tiene el encargo de desarrollar las ingenierías legales que faciliten sus reivindicaciones. 

El pasmo no lo produce la amnistía en sí misma, un mecanismo político que puede ser aceptable para fines de interés general, sino otras derivadas, como la mediación internacional, las escenificaciones humillantes para el presidente del Gobierno, y la constatación de que el pacto firmado por PSOE y Junts no está cerrado, pues las conversaciones con mediador en Suiza tienen por objeto algo más grave que controlarlo: extenderlo, ampliarlo, conducirlo a la solución final de los independentistas. Que todo esto se produzca bajo la acompasada relativización o negación, sucesivamente desmentida por los hechos, de los portavoces socialistas, indica para el común que el Gobierno va a rastras de las fuerzas que lo sustentan y manejan, lo cual no es precisamente tranquilizador. 

El PSOE y sus epígonos de la izquierda han llenado el camino de falacias. Hay que reconocer la plurinacionalidad de España, dicen. Vale, admitámoslo. Pero ¿esto qué significa? ¿La relación bilateral del Gobierno estatal con las autonomías cuyos representantes independentistas le prestan los votos en el Parlamento? La Constitución actual no abre esta posibilidad y, en cualquier caso, el establecimiento de situaciones de desigualdad es contrario a la ideología tradicional que caracteriza a la izquierda. Por tanto, estamos ante una izquierda irreconocible, falluta, subsidiaria de poderes ajenos que en nada concuerdan con los objetivos que cabe esperar de ella.

Que la derecha, torpe, resabiada y escasamente estimulante, repare en análisis semejantes, no debiera impedir que nos tapáramos los ojos ante la evidencia. El gran manual de los partidos para la infantilización de la sociedad contiene una consigna perversa: no hay que hacerle el juego a la derecha (o a la izquierda, según el caso). De este modo se legitiman muchas inconsecuencias, derrapes y hasta tropelías; en definitiva, se intenta acallar la crítica relacionando ese legítimo derecho de manera sistemática con una u otra opción partidista. El PSOE se refugia en ese mecanismo para que las voces independientes se acallen por el complejo de que puedan coincidir con las de la oposición política. Es el truco con el que dictan un estado de postración general ante sus desatadas improvisaciones de consecuencias desconocidas. 

El cuento sanchista no es verosímil, está escrito a salto de mata y conduce a un final distinto al que proclama su argumento: lejos de parar a la derecha contribuye a llamarla. Ya lo decía León Felipe: «El miedo del hombre / ha inventado todos los cuentos».

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