Café con moka

La fortuna del encuentro

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Estamos en un momento en el que los de mi generación nos reencontramos más en funerales y velatorios que entre cafés y cervezas, como solíamos en otro tiempo. Y es que, como recordaba el otro día con una amiga, si hubo unos años de bodas, en los que podíamos acumular hasta 8 o 9 eventos por temporada, ahora nos toca acompañarnos en la triste despedida a un ser querido, normalmente en ese último adiós a nuestros padres.

Esta semana fallecía el progenitor de un buen amigo e, irremediablemente, el tanatorio se convertía en lugar de reunión de camaradas y conocidos que llevábamos mucho tiempo sin vernos. El comentario más habitual era lo poco venturoso de encontrarnos en tales circunstancias después de lo transcurrido. Como a veces nos resulta imposible cerrar una fecha para un almuerzo o una cena y, sin embargo, la inexorabilidad de la vida nos da cita inmediata.

Sin embargo, a mí me parecía todo lo contrario. ¿O no es acaso satisfactorio poder contar en tales circunstancias con el abrazo y el consuelo de los verdaderos amigos? ¡Que nos podamos ver en éstas muchas veces más! Aseguraba yo. Pues la muerte es irremediable y la única dicha en tales momentos es contar con la compañía de los que quieres.

Hablo de mi propia experiencia cuando recuerdo el alivio de encontrar entre una multitud que te traslada su pésame una mirada cercana y amiga en la que detenerte y escapar del aturdimiento y la locura de esos instantes. Una mirada en la que recuperar el sentido de realidad en mitad de lo que parece, o al menos así te gustaría, un mal sueño. Una pesadilla. Unas pocas horas que se hacen eternas y a la vez se te escapan tan rápidamente sabiendo que serán las últimas en las que lo tengas ‘de cuerpo presente’.

Así, igual que hemos compartido aventuras y desventuras en tiempos, quizás, más ‘felices’ y vertiginosos, ahora toca participar de la pena y así, de algún modo, repartirla y hacerla más ligera, en la medida de nuestras posibilidades. Porque ese, es sin lugar a duda, el sentido último del compadreo.

Hay que aplicarse, entonces, en la búsqueda de esos momentos alegres que serán pilares en tiempos de zozobra. Pero, incluso más importante que eso es estar cuando de verdad se nos requiere. Cuando es un amigo el que llora. Y ser así conscientes de la fortuna de vernos, también e incluso, en los velatorios.

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