Luces de la ciudad

Lo inesperado

Según Joseph Pulitzer, editor estadounidense a quien se deben los prestigiosos premios que llevan su apellido, en las situaciones inesperadas se encierran, a veces, las grandes oportunidades

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard.

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

En uno de esos momentos de ver pasar el tiempo, desde mi atalaya en la terraza de una cafetería, compruebo el pulso de la ciudad. El ritmo de sus pulsaciones es alto. Está viva y sigue su rutina: la gente sube y baja de los taxis; los niños regresan del colegio con el bullicio propio de la edad y de quien se siente liberado de obligaciones durante unas horas; unas señoras salen del supermercado de la esquina con la compra del día; dos mujeres y un hombre, trajeados los tres, caminan juntos hablando por el móvil ¿negocios?; una pareja de enamorados que no saben en qué día viven, juguetean entre abrazos y besos; y un grupo de turistas, callejero en mano, atraviesa la plaza mirando hacia todos lados.

Todo previsible, sí, pero es que así es la mayor parte de nuestra vida. Sabemos a qué hora nos levantaremos al día siguiente, lo que vamos a hacer en el trabajo, a quienes veremos, qué vamos a comer…, y me pregunto, ¿a cuántas de estas personas, y me incluyo, nos arrollará hoy lo casual, lo desconocido, lo extraño…, lo inesperado? ¿Cuántas recibiremos esa sorpresa que perturbe nuestro statu quo cotidiano, ese giro de guion que altere, por un instante o hasta el final de la película, la trama de nuestra vida en una trama más intrigante, o más cómica, o con más acción, o más dramática? ¿Y cuántas agradeceremos la sorpresa recibida o, por el contrario, la maldeciremos? En una de sus conocidas frases, Julio César ya vaticinaba que: «Nadie es tan valiente que no sea perturbado por algo inesperado». 

Yo, no sabría qué opinar sobre la calidad de mi guionista, sobre esos giros inesperados escritos por él que, desde mi más tierna infancia, han conseguido que mi vida fluctúe, por momentos, entre ser una película para todos los públicos a parecerse a una de arte y ensayo, de esas que, a la postre, ni Dios conseguía entender. 

Reconozco que nunca he sido muy propenso a dar sorpresas (algo recriminado por las personas más cercanas a mí), y si he de ser sincero, tampoco me entusiasma especialmente recibirlas. Lo cual no quiere decir que haya perdido la capacidad para sorprender o ser sorprendido. Sé que puede parecer una paradoja, sin embargo, entiendo que la sorpresa es la consecuencia de algo realmente inesperado, y no puede ser inesperado algo previamente organizado: fiestas sorpresa, regalos sorpresa, visitas sorpresa… esas en las que ni el propio afectado se sorprende a pesar de elevar las cejas y abrir los ojos y la boca a la par que exclama, «¡Hala!» o «¡Madre mía!».

Lo verdaderamente inesperado es aquello que al producirse puede cambiar la percepción de nuestra realidad. Tras un breve instante de efecto sorpresa quedan las emociones: la alegría, el miedo, la rabia, el éxito…, las consecuencias de la información recibida o el momento vivido, los efectos de lo inesperado.

Emociones y sentimientos que hay que saber gestionar. Según Joseph Pulitzer, editor estadounidense a quien se deben los prestigiosos premios que llevan su apellido, en las situaciones inesperadas se encierran, a veces, las grandes oportunidades.

Por su propia naturaleza, lo inesperado, es impredecible. Imposible conocer anticipadamente su carácter positivo o negativo, sin embargo, será algo que, sin duda, de una forma u otra, conseguirá asombrarnos, impactarnos y provocarnos un desconcierto, pasajero o duradero, que nos hará despertar, atender y comprender cuestiones ocultas hasta entonces para nosotros. Por tanto, me mantendré alerta y esperaré lo inesperado, como sugería Heráclito, para poder reconocerlo cuando llegue.

Suscríbete para seguir leyendo