Luces de la ciudad

Aburrirse de vez en cuando

En la actualidad, admitir que te aburres puede proyectar una imagen errónea de uno mismo, un perfil de persona desmotivada, con poca iniciativa y que no sabe gestionar su tiempo

Foto de Ashkan Forouzani / Unsplash.

Foto de Ashkan Forouzani / Unsplash.

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Dice un conocido refrán español que «el diablo, cuando nada tiene que hacer, mata moscas con el rabo». Y es que el aburrimiento, entendido como la antítesis de la diversión y el entretenimiento, nos traslada a un estado emocional desprovisto por completo de interés por las cosas que nos rodean. Y aunque generado por diferentes motivos, según cada cual, es algo común a todos nosotros. ¿Quién no se ha aburrido nunca?

Intento hacer memoria y recordar algunos de esos inevitables momentos de aburrimiento presentes a lo largo de mi vida. Tarea complicada, porque suelen recordarse precisamente los contrarios. A pesar de ello, y salvando de inicio algunos de carácter meramente testimonial, como los tiempos de espera, una conversación casual que no te interesa o una película que no es lo que esperabas, me doy de bruces con aquellos que más huella dejaron en mí. Instantes de soledad donde asumía con serenidad el paso lento del tiempo, donde los bostezos eran fiel reflejo de una falta de concentración absoluta y donde la carencia de estímulos me mantenía inmerso en una indiferencia generalizada.

Aun así, y contradiciendo a Voltaire, con el riesgo que ello supone, cuando afirmaba que nuestro peor enemigo es el aburrimiento, reconozco que, en mi caso, tal y como recuerdo, el tiempo de aburrimiento no fue un tiempo estéril y desperdiciado. Según la psicóloga británica Sandi Mann, el aburrimiento «puede ser una fuerza poderosa, motivadora, que infunde creatividad, pensamiento y reflexión inteligente».

Sin embargo, no negaré que el aburrimiento tiene mala fama. En la actualidad, admitir que te aburres puede proyectar una imagen errónea de uno mismo, un perfil de persona desmotivada, con poca iniciativa y que no sabe gestionar su tiempo. Circunstancias estas, que influyen para que muy poca gente piense en el aburrimiento como una alternativa efectiva, es decir, una opción real para bajar las revoluciones y desconectar de lo cotidiano. ¿Quién se plantea: «hoy voy a dedicar un par de horas a aburrirme»? Pues nadie, la simple idea de apagar el interruptor y quedar desactivados cuando se nos supone una ocupación constante provoca automáticamente en nosotros un interrogante: ¿no habrá cosas mejores que hacer?, y de repente las tareas pendientes, algunas de ellas perpetuadas en el tiempo y otras improvisadas de urgencia para no dejarnos arrastrar por el tedio, bullen desbocadas en nuestra mente.

A esto habría que añadir la búsqueda incesante de actividades alternativas que, para combatir el aburrimiento, nos ayuden a salir de la rutina, que nos motiven y nos hagan disfrutar en nuestro tiempo de ocio. Hay quien le da por el ejercicio físico, por la cocina, la escritura, el cante o el baile…, yo ya me declaré en esta misma sección un coleccionista confeso, y mi fisio es guitarrista en un grupo de heavy metal, mi peluquero un maestro del golf, mi médico un motero de los de chupa de cuero y la cajera del supermercado practica deportes de riesgo… ¿Qué quieren que les diga? Pero hablar de hobbies o aficiones ya es harina de otro costal y mejor lo dejo para cuando haya que hornear otra masa.

En fin, es evidente que para muchas personas es de vital importancia tener todo su tiempo ocupado. Necesitan sentirse productivos las veinticuatro horas del día para encontrarse seguros ante la aterradora amenaza que asoma por el horizonte, el aburrimiento. Sin embargo, muy al contrario, Miguel de Unamuno encontraba en este estado dulzura y sosiego, y sobre todo sabiduría. 

Quizás no esté tan mal aburrirse de vez en cuando. 

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