Limón&Vinagre

Ivanka Trump: Terror de los jabalís

Ivanka Trump, hija y asesora del entones presidente Trump, en una reunión de la ONU en 2019.

Ivanka Trump, hija y asesora del entones presidente Trump, en una reunión de la ONU en 2019. / EFE

José María de Loma

José María de Loma

«Cuando el diablo se aburre, con el rabo mata moscas», afirma el popular adagio. Los pobres, sin embargo, cuando se aburren toman la Bastilla, planean revoluciones, se ciscan en los explotadores o les da por reclamar el pago de las horas extra. Lo malo es que se aburran los ricos, todo un peligro. Para ellos mismos, para las reglas de urbanidad, para el mundo y hasta para los jabalís.

Ivanka Trump y su marido, Jared Kushner, han pasado unos días en la finca que Julio Iglesias posee en Ojén, un bello pueblo en la montaña con abundantes parajes naturales a pocos kilómetros al norte de Marbella. Julio Iglesias no quiere ya que nadie lo vea en fotos y actos o lugares públicos, pero sí recibe a amigos, admiradores, a cierta familia y a botarates. A algunos les entona unas coplitas. A otros, como a los Trump, los deja que cacen jabalís con arco y flecha. Han leído bien. 

Según relató un vecino del municipio a La Razón, los bramidos de los jabalís, que desde que ocurriera un brutal incendio en la zona hace unos años no tienen agua ni alimento y bajan a deambular por urbanizaciones cercanas e incluso la playa o los arrabales marbellís, eran pavorosos. La popular pareja, armada con arcos y flechas, trataba de darles caza como si estuvieran en la Edad Media. O en la del pavo o en la de los neandertales, que no habrían inventado aún el arco y la flecha pero tal vez tenían más sentido del decoro y de la ecología.

No es que este método no se haya usado en algunos lugares para reducir la población de estos animales, que en manada y hambrientos son un peligro, pero dudosamente tenían permisos y muy seguramente no los movía más que la diversión. 

Con lo bonito y placentero que es estarse quietecito, leer mirando la mar desde algunos de los promontorios de la zona. O extasiarse con un atardecer, vislumbrando en los días claros hasta el estrecho de Gibraltar. Con lo saludable que es dar paseos a caballo dejando en paz a los bichos de cualquier tipo, con lo bien que se debe de estar en el casoplón, Hulio, prolongando la sobremesa a la caída de la tarde con un licor placentero y una estimulante conversación. O viceversa. Pero no. Les va la marcha y a Ivanka se ve que le pone convertirse en un trasunto de Diana Cazadora, ya saben, hija de Júpiter (el mismo carácter que Donald Trump), fuerte, malgeniosa, de gran determinación aunque -tal vez ahí la diferencia-, amante de la castidad. 

Amante de los negocios

De los negocios sí es amante. Lo mismo que el gen cazador (su familia considera a España un paraíso cinegético y se pegan de cuando en cuando unos tiritos en Teruel), también ha heredado la facilidad para el comercio de su padre y de su saga. Y ese carácter negociante, milloneti, explica algo la relación de los Iglesias y los Trump.

La pareja del cantante, Miranda, parece ser muy amiga de Ivanka. A ambos matrimonios los une también la amistad que dan las transacciones. Los Trump les compraron un terreno en Indian Creek, una zona de Florida atestada de famosos, de más de 18.000 metros cuadrados. La venta ascendió a casi 30 millones de euros. O de dólares, tanto da para ellos. 

Minucias para Ivanka Marie Trump (segunda hija de los tres que Donald Trump tuvo con su primera esposa, ya fallecida, Ivana), nacida en Manhattan en el 81, socialité, empresaria, modelo, presentadora de televisión y en general, afortunada ella, poco aficionada a hincar el lomo de ocho a tres, alérgica al anonimato y pareja desde 2008 de Jared Kushner (dueño de The New York Observer y promotor inmobiliario. Sí, porque la prensa suele dar menos dinero, así que conviene combinarla con otras actividades. Incluso a decir de Donald Trump no da más que disgustos y mentiras).

Su padre lucha contra la prensa, Biden y las élites ilustradas de Nueva Inglaterra y ella contra los jabalís. No precisamente contra aquellos que Ortega y Gasset, durante la Segunda República, llamaba así, jabalís, «diputados que solo sabían embestir». Eso se los deja a su padre, que más que embestir en el Congreso y el Capitolio y hasta en la Casa Blanca, que también, gusta de embestir al Congreso, rodearlo, invadirlo, tomarlo. Sin flechas y sin oír de fondo «soy un truhán soy un señor, y casi fiel en el amor».

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