El prisma

Al fin por los medios

No se cansa el dirigente derechista de levantar estandartes o de intentar arrebatárselos a sus socios y competidores de Vox, a pesar de que por eso su partido está perdiendo cada vez más su carácter moderado

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

La manifestación de Societat Civil Catalana (SCC) da a Feijóo otra oportunidad de mantener la tensión antiamnistía y ‘anti Sánchez’, como viene siendo su estrategia desde que fue candidato fallido de antemano a Presidente del Gobierno. Pero también le supone unos costes que él y el PP parecen desdeñar, seguros de que ese camino les llevará al triunfo final. A reafirmar la primera y minimizar los segundos es a lo que parece que va el líder popular a Barcelona.

No se cansa el dirigente derechista de levantar estandartes o de intentar arrebatárselos a sus socios y competidores de Vox, a pesar de que por eso su partido está perdiendo cada vez más su carácter moderado con el que ha aspirado tradicionalmente a compensar el peso de su ala más escorada a la derecha, que ha solido ser la más notoria.

Las dudas iniciales sobre su presencia en la capital catalana fueron despejadas algunos días después de que varios de sus barones territoriales – entre ellos Isabel Díaz Ayuso y Fernando López Miras– confirmaran su asistencia. La primera interpretación fue que Feijóo asumía los postulados de la lideresa madrileña y entraba en el campo de la agitación política directa. Objetivo: dificultar, primero, la posible nueva mayoría progresista que intenta articular Sánchez y, si lo consigue, boicotear su gobierno para forzar nuevas elecciones en dos años.

Hay más. El líder popular no está dispuesto a que Vox ice en solitario la bandera política contra la amnistía y crezca electoralmente por ahí en detrimento del llamado centro-derecha, que cada vez tiene más de la segunda que de lo primero. En el PP añoran los tiempos en que los votantes de Abascal, como el propio líder ultra, eran suyos y el partido conseguía mayorías absolutas. Aspiran así a reintegrarlos en la casa madre de todas las derechas o, al menos, minimizar sus resultados para que la vuelta a La Moncloa sea un camino de rosas. Como lo fue para Aznar en 2000 y para Rajoy en 2011.

Tiene un fallo la estrategia. El gran poder territorial ganado en mayo no ha sido posible de concretar en ejecutivos regionales sin la suma de los diputados voxistas y pactos ‘naturales’ que ya arrojan una cosecha de recortes de libertades cívicas en general, propia de la ultraderecha más casposa, además de algún escándalo y amagos de crisis. De momento, el PP no tiene otra que arrojarse en brazos de los ‘voxistas’ para gobernar; ese es su talón de Aquiles por el rechazo que esa santa alianza suscita en el electorado femenino, de derecha moderada o incluso centrista.

Por mucho que lo nieguen, es lo que causó que la del 23-J fuera una no-victoria del PP, especialmente en Cataluña, donde arrasó el PSC. Desaparecido Ciudadanos, muchos centristas, no nacionalistas o anti-independentistas, se refugiaron en el área socialista, temerosos de lo que parece una entente indisoluble entre los de Feijóo y los de Abascal, ineludible porque es la única vía popular para llegar al Gobierno. Ahora, el PP aspira a convencer a los que eran de Rivera y Arrimadas, sabiendo que no gobernará en Madrid sin mejorar resultados ostensiblemente en Cataluña, tierra prometida a la que la derecha española nunca llega.

El jefe de Génova se instala, por tanto, en la agitación y la propaganda preventivas, con la cantidad de errores de apreciación que ambas conllevan, para disputarle el terreno a Vox y como línea para procurar que la próxima legislatura de Sánchez, si la hay, sea lo más corta posible. No le importa el deterioro que eso cause en una vida política y parlamentaria ya suficientemente alterada por descalificaciones y exabruptos variados y continuos. 

En esa tarea le ayudan egregios viejos... ¿socialistas? El fin parece justificar los medios, como lo ha hecho durante casi cinco años de obstruccionismo a la renovación del CGPJ.

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