Nos queda la palabra

Arriba el telón

Cualquiera, y yo soy un cualquiera, que haya visitado esas barracas habrá percibido escenarios de madera con ornamentos horteras y laberintos imposibles hasta alcanzar la salida

Julián García Valencia

Todos sabíamos que estaban abiertas, menos el Ayuntamiento de Murcia. Todos, sin excepción, sabíamos de su peligro. Todos somos culpables.

Como ciudadano está mal visto quejarse o protestar. En una Región de Murcia donde la consigna es mirar hacia otro lado ante tragedias como el Mar Menor, para no ahuyentar al turismo, salirse del rebaño está castigado. Cualquiera, y yo soy un cualquiera, que haya visitado esas barracas habrá percibido escenarios de madera con ornamentos horteras y laberintos imposibles hasta alcanzar la salida. El obligatorio «you happy» para evitar la etiqueta de amargado y la falta de tiempo dejan la crítica para otro día. Al fin y al cabo, la vida es puro teatro.

Es también un drama como el periodista que soy. Con guiones diarios servidos en bandeja por los gabinetes de comunicación se completa la página en blanco, aunque la guadaña ronde fuera. Hacer temblar las tablas o a los desalmados que viven fuera de la ley, a los que ahora se dan páginas, no está de moda.

Como administrado me siento inmerso en el esperpento. El Ayuntamiento poseía una atalaya privilegiada para vigilar la obra, pero no solo se ha quedado torrado, sino que nos ha hecho a todos los murcianos partícipes de su negligencia.

Ya sabemos, todos, que los protagonistas ahora son inmigrantes. Válidos para recibir multas en la antesala, pero dejados de la mano de Dios cuando traspasan las puertas del infierno.

Y nosotros entretenidos con el árbol de Navidad, iluminados todos, con su estrella, Max, coronando el drama. O enredados con las sillas del Entierro de la Sardina.

Desde las butacas del palco, patio, anfiteatro o duro suelo, impasibles ante un final anunciado, felices de vivir en una España que no acaba de despojarse de Valle Inclán. Rodeados de banderas y de óperas bufas, representaciones de nuestros actores principales que son para llorar o, mejor, reír y reflejan nuestro rostro.

Qué continúe el espectáculo.

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