De vuelta

La Constitución, del desencanto al meretricio

Santiago Delgado

Santiago Delgado

Pues hete aquí que la Constitución, que antes de empezar su marcha de crucero desencantó a tantos durante aquel quinquenio primero, ahora ya no es desencanto lo que sugiere. Ahora es, como digo en el título: meretricio. O sea, prostitución. No he puesto la palabra en el título para evitar la rima.

Meretricio es el sustantivo que nomina el ejercicio de la prostitución. Y eso es lo que el Sanchismo viene haciendo desde el minuto uno de su mandato. Lo último será, no ya indultar a golpistas, sino amnistiar los que, antes que él, le han puesto a la Constitución esquina propia en la Calle de la Política. La Constitución no estaba preparada para hacer frente a los desaprensivos que, sin honor ninguno, ni vergüenza política alguna, iban a ir apropiándose del Estado, hasta hacerlo totalitario. Ya con el Tribunal Constitucional, al mando del sanchista Conde Pumpido, el Estado está tomado. Se soslayarán los 210 escaños necesarios, favorables para poder modificar legalmente la Carta Magna. 

Se ha cerrado el ciclo: todo el poder para el Sanchismo. La presencia del Truhán de Valladolid respondiendo al aspirante Feijóo no ha servido para otra cosa que para evidenciar que el Congreso de los Diputados, las Cortes de toda la vida, son un cortijo suyo, de Sánchez, y que allí se hace lo que él quiere, y se vota lo que él quiere. En el Constitucional, lo mismo. Estamos ya ante un totalitarismo de libro. La República, en esta misma legislatura, por seis votos de 350. Al tiempo.

¿Sabe cuál es la frase más fascista que hay? Pues la que el independentismo le ha colado a Sánchez en su cacumen a cambio de votarle en la Investidura: «No hay que judicializar la Política». Pero ¿cómo que no? ¿Por qué va a existir un ámbito de la realidad al margen del Poder Judicial? La Justicia tiene jurisdicción total. O no es Justicia. Y de eso se trata. No ya sólo de amnistiar a los políticos, sino que éstos permanezcan eternos en el limbo sin jueces, ni sentencias. Eso es el totalitarismo. En el Legislativo, voto cautivo de los partidos; en el Ejecutivo, ya se sabe quién preside; y en el Judicial, la Ley, para los demás.

Y, pues eso, decía, que, al fin y al cabo, la Constitución contaba con la lealtad, civismo y sentido de la nación de los políticos de turno. Ha bastado uno, solamente uno, para dictar su ley y ponerle esquina a la Constitución. ¡Qué poco estaba autoprotegida!

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