Las fuerzas del mal

Vera cara Vélez Cruz

La pelea por el poder, y no un debate de ideas abierto y leal, fue el pecado original que exilió a los socialistas del poder autonómico

José Vélez Fernández.

José Vélez Fernández. / IVAN.URQUIZAR

Enrique Olcina

Enrique Olcina

Para desastre el que podría haber enfrentado Pepe Vélez y no enfrentó. La convocatoria de elecciones pospuso el debate sobre el fracaso en las municipales y autonómicas no sólo para Pedro Sánchez sino también para él. Esa convocatoria relámpago, y lo que vino después, ha sido cauterizadora, como una de esas grapas de aproximación que te ponen cuando te rompes una ceja. 

El caso es que Vélez gana en las distancias cortas, al menos en mi experiencia, suena distinto y donde cala es en directo, pero eso de las distancias cortas formaba parte también de la campaña de la viejunísima colonia Brummel. Y viejunísimo es, como lo ve cierto votante urbano, donde Miras es simpatía y un cierto adanismo que, por edad, conecta, además, con otro segmento, el joven, que promociona a Miras como guay a ojos de ese votante urbano. La imagen de juerguista es calculada y ser cool siendo un jenares es más una cosa de la edad que una cualidad política. Edad que, claro, Vélez no tiene.  

Era Vélez el que iba a convencer al campo supuestamente desatendido, pero ese voto no se fía del partido que ha puesto los cimientos de su sostenibilidad con la desalación y, sin embargo, le da todo el crédito a quien no ha cumplido su promesa de ‘agua para todos’ cuando tuvo en su mano el poder en Murcia, Madrid y Toledo. El voto urbano quiere otro tipo de candidato, que le cuente de otra manera distinta las soluciones que hay. 

La respuesta sigue siendo la misma. A una sociedad plural hay que darle una respuesta coral, pero de coro que cante bien. No sólo al unísono, sino en polifonía de diferentes voces que suenen de manera armónica. Vélez lo hizo, defendiendo tanto el acuerdo con Ximo Puig frente al trasvase como la necesidad de darse cuenta que hay una realidad climática que hay que afrontar. Quizás no tenga que hablar de todo todo el tiempo sino dejar que otros dentro de su partido hablen (aviso de interés, que es en el que yo también milito) y aprovechar ese tiempo para esas distancias cortas. La necesidad de aportar a la masa coral otras voces quizás sea oportuna para arreglar un pacto en Princesa, que rescate a la princesa prometida que ahora está en el éxito y exilio en funciones, en Madrid, y le muestre un camino claro de liderazgo si Vélez, que tiene derecho a intentarlo, fallara o cayera en el camino, como puede suceder si es condenado por prevaricación administrativa. De igual manera ella, si así sucediera, debería poner las bases para que medio partido no acabe enfadado con la otra mitad cada vez que suceden unas elecciones a Secretario General. Esa pelea por el poder, no un debate de ideas abierto y leal, fue el pecado original que exilió a los socialistas del poder autonómico, porque el ciudadano piensa, con razón, que si no se ponen de acuerdo los que se llaman compañeros, cómo, entonces, nos van a gobernar a nosotros.

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