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Hassan II de Marruecos o por qué las autocracias envejecen tan mal

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Todos los franquistas gustan recordar a Franco como ese general joven y vigoroso que se rebeló ante las fuerzas judedomasónicas y marxistas y los metió en cintura tras una devastadora guerra civil. Ese mismo Franco que años más tarde pero todavía en plenas facultades abjuró de la autarquía, tecnocratizó la economía y se dedicó a inaugurar pantanos como loco. Por el contrario no recuerdan al Franco con Parkinson babeando en la Plaza de Oriente y despotricando contra esa misma conspiración de signo bolchevique «que si a nosotros nos honra, a ellos envilece», cualquiera que fuera el sentido de tan críptica frase. 

Y es que los autócratas que en el mundo proliferan como setas en esta década nefasta (que recuerda cada vez más a los años oscuros de la tercera década del siglo pasado) suelen ser entusiásticamente recibidos por sus poblaciones. Normalmente surgen en épocas de pesimismo social, cualquiera que sean las bases reales o las causas objetivas que motiven ese pesimismo. En el caso de Rusia, fue la pérdida del estatus imperial lo que motivó la deriva de Vladimir Putin desde presidente democrático hasta líder autoritario que inspira su política en Pedro el Grande y Catalina la ídem.

El problema de los autócratas es que el paso del tiempo les afecta a ellos tanto como al resto de seres humanos. Como las autocracias no tienen un sistema consensual para reemplazar a sus líderes, ahí los contemplamos perdiendo sus facultades y arruinando de paso a su país. 

El último ejemplo lo tenemos en ese autócrata con el que compartimos continente y fronteras, mal que nos pese. Hassan II de Marruecos, que llegó al poder con la promesa de abrir su país a la modernidad, se ha aburrido de su pueblo y se ausenta de su país siempre que puede. Un devastador terremoto ha puesto en evidencia ese absentismo y, lo que es peor, que se ha convertido en un cascarrabias caprichoso capaz de rechazar la ayuda de Francia, su aliado natural en esta circunstancia trágica. 

Así pasa la gloría de las autocracias, al mismo tiempo que se evapora la juventud de sus autócratas.