Limón&Vinagre

Llanos Massó: Oye, pero no escucha

Cada vez que asesinan a una mujer y se condena la violencia machista, Llanos Massó se aparta, como si ese asesinato pudiera explicarse igual que el de quien muere acribillado en el atraco a unos ultramarinos

Llanos Massó, la presidenta de las Cortes valencianas, durante la constitución de la Mesa.

Llanos Massó, la presidenta de las Cortes valencianas, durante la constitución de la Mesa. / Rober Solsona

Jorge Fauró

Jorge Fauró

En un agosto negro para la violencia machista, con seis mujeres asesinadas y otro crimen de género pendiente de confirmar, sobrecogió particularmente el de Alzira del 30 de agosto. En realidad, todos los asesinatos machistas sobrecogen por igual. Un hombre mata a una mujer porque sí, porque le sale a él de los huevos, que a la larga (y a la corta) acaba siendo la razón que se oculta tras la violencia de género. Los huevos. El de Alzira estremeció por la sangre fría del autor, porque la engañó para llevarla al chalet que iban a vender con motivo del divorcio y allí le descerrajó tres tiros (algunos dicen que seis); porque le quitó la vida prácticamente delante del hijo de Raquel, que así se llamaba. Bartolomé Berenguer, Barto para los amigos que seguro tuvo algún día, apuntó al muchacho entre las cejas con su pistola de policía jubilado y le espetó: «Te voy a matar si no te vas». Y al chaval no le quedó más remedio. El resto fue ruido y después silencio. Siempre es lo mismo, ruido, silencio y al día siguiente, más silencio. Hasta el próximo ruido. Ese día, otra mujer fue asesinada en Salamanca.

La presidenta de las Cortes valencianas, Llanos Massó (Albacete, 1966), convocó un minuto de silencio a las puertas del Parlamento, cuyos diputados secundaron cabizbajos detrás de una pancarta «contra la violencia machista». Todos, salvo Vox, que marcó distancias, con Llanos Massó al frente, que se apartó. De violencia machista, nada. La segunda autoridad de la Comunidad Valenciana decidió apartarse. El cuerpo aún caliente de Raquel y Massó se apartó.

Un mes antes, un hombre asesinó a una mujer en otro pueblo valenciano, Antella. También estaban en trámites de separación, también fue de un disparo, también delante del hijo. También la presidenta de las Cortes Valencianas convocó un minuto de silencio. También hubo pancarta. También se apartó

Cada vez que asesinan a una mujer y se condena la violencia machista, Llanos Massó se aparta, como si ese asesinato pudiera explicarse igual que el de quien muere acribillado en el atraco a unos ultramarinos. Se atraca un comercio de ultramarinos y se mata al dependiente como se asalta un estanco y asesinan al encargado. El motivo es casi siempre el mismo: el dinero de la caja, no si lo que venden son exquisiteces o tabaco de liar. Cuando se asesina a una mujer, o cuando se la violenta física o psicológicamente, los motivos solo tienen que ver con el hecho de ser mujer. O exmujer. O novia. O exnovia. Sus asesinos las matan por sus santos cojones. Vox prefiere llamarlo violencia intrafamiliar, aunque asesino y víctima haga tiempo que dejaron de ser familia ni hubiera intención de ella de seguir siéndolo. Llanos Massó abandera ese diabólico retruécano. Mientras, el número de asesinadas en 2023 por violencia de género en España asciende ya a 40.

La segunda autoridad valenciana gana más de 100.000 euros al año y se echa a un lado de la pancarta contra el machismo cada vez que un hombre mata a una mujer. Diez mil euros más que Pedro Sánchez, y 12.000 por encima (si sumamos el plus de vivienda) del presidente valenciano, el popular Carlos Mazón. Afiliada a Vox desde 2015, Llanos Massó, casada y con dos hijos, tiene estudios en Ciencias Religiosas y es técnica en audioprótesis, aparatos electrónicos que amplifican el sonido para que la persona escuche de manera eficiente. También es miembro de Hazte Oír. Audioprótesis y Hazte Oír, lo cual no deja de ser una ironía, porque Massó oye, pero no escucha. No escucha y se aparta.

Una ultra de manual

Ultracatólica, ultraconservadora, antiabortista, negacionista climática, contraria a «las milongas ecologetas», antiautonomista, defensora de la cadena perpetua, valedora del pin parental, contraria al «adoctrinamiento en la aulas» y a favor de eliminar los organismos que normalizan el uso de lenguas cooficiales, «al servicio de los únicos que pretenden la ruptura de la gran nación que es España». Una ultra de manual.

Sorprende que, con semejante ideario, la mujer que se aleja de la lona cuando matan a otra haya accedido a incorporarse al mundo laboral. El vademécum ultramontano hubiera preferido que se quedara en casa planchando y tendiendo la ropa, dando de comer a los hijos, preparando la mesa al marido presta a los deseos primarios enfundada en un camisón de franela. Pero ahí está: segunda autoridad de los valencianos, 100.000 de vellón al año, echándose a un lado y haciéndose oír para vergüenza de tantos y tantas. Sin escuchar ni el ruido ni el silencio. 

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