Aire, más aire

Síndrome postvacacional

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Sí, las vacaciones cada vez son más cortas. Saltando la festividad de la Virgen de Agosto, el almanaque entra en trance y los días adquieren una velocidad de vértigo. El resultado es el mismo en todos los casos: treinta, quince días de holganza es la media vacacional del español medio de hoy en día.

Días aciagos los del regreso a la rutina diaria. Todo adquiere un monótono color gris. Los que veranearon en el mes de julio ven sus vacaciones como algo lejano y ya perdieron su bronceado. Los que no tomaron sus vacaciones se nos antojan cadáveres vivientes por su tez macilenta, algo que nos hace sentirnos superiores al mirarnos en el espejo y observar nuestra morena piel. El espíritu languidece al abrir los cajones de nuestra mesa. Los pies se inflaman al vestir calcetines y los odiosos zapatos que parecen haber menguado tras caminar descalzos por la orilla de las playas. La chaqueta, la camisa, la corbata todo parece estar en contra nuestra, incluso el saludo del conserje o del guardia de seguridad con sus insulsos… ¡Buenos días, don Fulano! Ellas se muestran ojerosas, pues lavaron su pelo la noche anterior y los madrugones hacen mella. Sentadas a la mesa de trabajo es inevitable mirar por la ventana al cielo azul, dejándose llevar por los recuerdos de los días de playa, de sol y de brisas marinas acariciándonos la piel.

Con el regreso llega el momento fatídico de mirar el estado de la cuenta corriente, los gastos de la escuálida tarjeta de crédito, del arrepentimiento por aquella comida, por aquel plato de quisquillas ya digerido y ahora odiado. Todo se convierte en recuerdo y uno mira con melancolía en el celular las fotografías de los momentos vividos de otro verano que no volverá.

A la vuelta de las vacaciones, el hogar despide un olor característico, caluroso, hermético, pese a abrir las ventanas de par en par, y al meternos en la cama volvemos a ver en el techo las olas rompiendo espuma, a sentir el fresco viento de levante, a admirar la cara de aquella mujer rubia de piel tostada que nos embelesó.

Por eso, ya lo dijo el sabio anciano: «Lo mejor de no veranear es que no tienes que regresar». 

Ánimo.

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