Tiempo y vida

Huesos, calaveras y arte rupestre

Cueva del Arco (Cieza).

Cueva del Arco (Cieza).

Miguel Ángel Mateo Saura

En 1992, Constantino González, Consuelo Meseguer, Francisco Morote, José Olivares y Antonio Vázquez, miembros del Club Espeleológico ‘Los Almadenes’, protagonizan el que, probablemente, sea el hito más destacado en el ámbito del arte rupestre regional de las últimas décadas: el descubrimiento de pinturas rupestres de cronología paleolítica en varias covachas del paraje de los Losares, en Cieza.

El hallazgo venía a llenar un extraño vacío en la Región de Murcia, que, hasta ese momento, aparecía como una isla en la que este tipo de arte prehistórico estaba ausente. Por entonces, el más cercano lo conocíamos en Alicante, en la Cova de Reinós del Vall d’Ebo; en Albacete, en la Cueva del Niño de Ayna; en Almería sabíamos del équido grabado de Piedras Blancas de Escúllar, y en Granada estaba documentado en la Cueva de Malalmuerzo de Moclín. Por ello, no dejaba de resultar extraño que en algún paraje de nuestra Región, en la que sí teníamos numerosos yacimientos de los otros estilos de arte rupestre más recientes, como son el levantino y el esquemático, no hubiera también alguna muestra del primer arte, el paleolítico. Ahora, visto con perspectiva, sabemos que era cuestión de tiempo que apareciera.

Aunque cada una de las cavidades y sus pinturas merecen un capítulo por sí mismas, hoy vamos a centrar nuestra atención en las del panel 2 de la Cueva del Arco. El sitio, además del arte rupestre, tiene otro valor añadido. Los trabajos de excavación arqueológica que se vienen desarrollando en la cavidad desde hace algunos años por un equipo dirigido desde la Universidad de Murcia, por el Dr. Ignacio Martín Lerma, han sacado a la luz importantes datos sobre el poblamiento del lugar, prácticamente ininterrumpido desde el Paleolítico medio, con los últimos neandertales, hasta el Neolítico, con los primeros grupos de agricultores y ganaderos.

Dibujo de Joaquín Salmerón Juan.

Dibujo de Joaquín Salmerón Juan.

Las pinturas del segundo panel se sitúan en el techo de una pequeña cavidad, colgada varios metros por encima de la base de la pared rocosa, y aunque en él se han pintado otras figuras, entre ellas un signo delimitado por líneas rectas que convergen en uno de sus extremos y más de una veintena de motivos en forma de puntos, sin lugar a dudas, las representaciones más destacadas son las de las calaveras de cáprido, de color rojo y con un tamaño que no supera los 15 cm que, además, ocupan el área central de la hornacina.  

Las dos figuras, de macho adulto, muestran un alto grado de detalle, lo que pone de manifiesto que quien las pintó tenía un buen conocimiento de la anatomía de estos animales y, a la vez, un claro interés por reflejar con meticulosidad las distintas partes que conforman su calavera. Para ello, se valió también de un recurso poco frecuente en el arte paleolítico a la hora de pintar motivos parecidos a estos, como es el uso de una perspectiva cenital, es decir, las representó tal y como si las estuviésemos viendo desde arriba y no de frente, que es la manera habitual. Ello le permitió diferenciar los huesos parietales, que forman parte del techo de la cavidad craneal, los huesos frontales, en los que se señalan de manera acusada los arcos cigomáticos, y los huesos nasales, para finalizar con la prolongación anterior de la calavera por medio de los incisivos. Por atrás, desde el hueso parietal arranca la cornamenta en forma de V muy abierta, en la que se distingue muy bien la base de la misma. Es evidente que una visión frontal no ofrecería una imagen tan realista de los huesos que conforman la cabeza.

Podría parecer esta una cuestión menor. Pero advertiremos su importancia si tenemos en cuenta que en todo el contexto del arte paleolítico de la península ibérica son las dos únicas representaciones de calaveras que han sido pintadas con esa perspectiva cenital y, sobre todo, con tal grado de minuciosidad. Sí tenemos otras imágenes de cabezas de cáprido mostradas desde un punto de vista frontal, en las que las distintas partes corporales se han simplificado mucho más. En ocasiones, se les añade a la parte de la cabeza un trazo vertical, ligeramente serpenteante y más o menos largo, con el que se quiere significar, incluso, parte del pecho del animal. Los ejemplos más cercanos los tenemos en la Cueva de Ambrosio, en Vélez Blanco, aunque el repertorio se ampliaría si consideráramos otros conjuntos de la Meseta, como Domingo García en Segovia o algunos en la cornisa cantábrica, caso de la Cueva del Pendo, Cueto de la Mina o Aizbitarte IV, entre otros. 

También conocemos ejemplos como estos, en perspectiva frontal, en objetos de arte mueble, destacando los encontrados en Ekain, Urtiaga, Sofoxó, La Torre, La Paloma, o procedentes de lugares que, además, cuentan con muestras de arte parietal como los citados Cueto de la Mina o El Pendo. 

En todo caso, quedémonos con que hace unos 14 mil años hubo alguien que nos regaló dos figuras tan originales, excepcionales hasta el momento en el arte paleolítico.

Suscríbete para seguir leyendo