Diario apócrifo: navegando entre dos aguas

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Sigo hoy con ese ejercicio de memoria que me ha recomendado mi médico barcelonés, el doctor Díaz, como recurso antienvejecimiento, porque seguramente funciona, y porque así pongo en orden mis pensamientos, cosa también beneficiosa. Voy a enfocarme en lo que me sucedió después de la muerte de Franco.

El primer asunto peliagudo fue lograr que Fernández Miranda accediera a la presidencia de las Cortes y del Consejo del Reino. Bueno, lo difícil fue conseguir apartar del cargo a Rodríguez Valcárcel, que se aferraba a él con todas sus fuerzas. Todos los altos cargos franquistas declaraban estar dispuestos a servir a España de la mejor manera posible, pero parecía que la única que consideraban buena era seguir mandando.

Al que no me quedó más remedio que aguantar fue a Arias Navarro en la presidencia del Gobierno. Nos llevábamos fatal y nos odiábamos mutuamente. Él se sentía nombrado por Franco y pensaba que yo no era nadie para sustituirlo. El ejército y los falangistas me tenían bajo su lupa y tenía que moverme con cautela. Aunque lo que me pedía el cuerpo era destituirlo, sobre todo para no tener que volver a verlo de cerca. Bajaban las aguas muy turbias y no era cuestión de removerlas más. Estaba claro que el franquismo seguía vivo y me vigilaba de cerca. Había un sector del ejército que se sentía garante de las esencias y no había que tentarlos porque eran capaces de tomar de nuevo las armas. Por otra parte, había también una realidad sociológica con una sensibilidad democrática que se impacientaba. Los unos creían que yo iba a destruir lo que Franco y la Guerra Civil habían traído, y los otros, que de mi mano nunca iba a llegar la democracia a España.

Yo pertenecía a la Familia Real y por eso era Rey, con grave disgusto de mi padre, dicho sea de paso, que se consideraba el único heredero de la Corona de España. Quizás no le faltase razón. Y yo era rey porque Franco me había nombrado su sucesor. Anda que no tenía por delante tarea ni nada. Para ahora verme desterrado en este paraíso tórrido en el que tengo que estar bajo el aire acondicionado todo el día.

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