El ciervo de Cañaica del Calar (Moratalla)

Es una de las figuras más representativas del arte levantino de la Región de Murcia

Cañaica del Calar II (Moratalla)

Cañaica del Calar II (Moratalla)

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Si hay una representación que resulte icónica en el arte rupestre levantino de la Región de Murcia, esta es, sin duda, la del ciervo pintado en el abrigo segundo de la Cañaica del Calar, en Moratalla. Ya Antonio Beltrán, en 1968, cuando apenas había tenido un breve contacto con las pinturas, la seleccionó para que fuera la imagen de portada de su libro 'Arte Rupestre Levantino', obra de recopilación de todos los yacimientos conocidos de este estilo desde que Juan Cabré publicara en 1915 su obra de síntesis 'Arte Rupestre en España'. Desde ese momento, esta figura ha tenido presencia en otros libros y folletos, ha sido la imagen de carteles promocionales de carácter turístico y divulgativo, soporte de catálogos de exposiciones, o protagonista, incluso, de tarjetas postales, entre otros materiales gráficos.

Y si en su representatividad influye, sin duda, la vistosidad que la envuelve, aderezada por su buen estado de conservación y su tamaño, no es menor el interés que encierra como claro exponente de todo lo que implica la imagen animal dentro del arte levantino, tanto desde el punto de vista iconográfico como en el proceso técnico de ejecución de la propia figura.

En lo puramente estético, muestra una clara tendencia hacia las líneas rectas, con una palpable estilización, en contraposición con la imagen de otros venados de conjuntos cercanos de la misma comarca del Alto Segura, en los que las trazas son más angulosas, en algún caso exageradas hasta límites casi irreales. Aún esto, lo cierto es que este ciervo de Cañaica del Calar manifiesta, en general, un correcto tratamiento de las formas y las proporciones anatómicas que dotan al animal de un aspecto elegante. Es más, incluso el marcado estatismo que presenta, ajeno a cualquier acción o relación con otras representaciones, lejos de menoscabar su calidad artística, le dota de majestuosidad.

Con unas dimensiones relativamente grandes, 32 cm de cabeza a cola, en esta figura de macho adulto tiene cabida la plasmación de numerosos detalles morfológicos, como la cruz sobre el lomo y una suave gravidez ventral. Las patas individualizan partes como los antebrazos que, de apariencia triangular, se van estrechando hacia la pezuña, mientras que en las traseras se señala claramente el corvejón. Las pezuñas, bisulcas, marcan la separación del casco. Por su parte, la cabeza tiene una forma trapezoidal, con el morro recto. Sobre ella, se dispone una cornamenta con palos de aspecto rectilíneo, coronados por ramificadas coronas en las que se alojan cuatro puntas o candiles. En la base se han pintado las luchaderas y contraluchaderas, o candiles de hierro, proyectadas hacia delante y a mitad del palo, la punta media. Detrás de la cabeza, dos orejitas, de disposición paralela, completan el conjunto de rasgos físicos del animal.

Pero, con ser importantes estos elaborados detalles formales, la representación tiene un valor añadido por cuanto nos proporciona valiosa información acerca de los procesos técnicos propios del arte levantino. De hecho, en ella se compendia el amplio abanico de recursos empleados, desde la superficie homogénea de color a modo de tinta plana para la cubrición de superficies más o menos amplias, en este caso el interior del cuerpo, al trazo fino de bordes muy cuidados, definidor de la forma por sí mismo. Así las cosas, esa misma línea con la que se han pintado la cornamenta y las extremidades es la que sirve para marcar la silueta del animal. Tras esta primera fase de ejecución de la figura vendría su relleno interno por medio de la mencionada tinta plana. Si bien la mayor parte de las figuras levantinas quedarían así terminadas, en este ciervo, su autor se preocupó por añadir en determinadas zonas de ese espacio interno, sobre todo en el cuello y en el arranque de las patas traseras, unas líneas paralelas muy cortas de disposición longitudinal, en el mismo tono más oscuro que el trazo de la silueta. Quizás sea este un rasgo que debiéramos interpretar como un recurso con el que se pretendía dotar a la imagen de un mayor realismo si esas líneas quisieran emular el pelaje del animal.

Y aún nos reserva otro detalle no menor. Su mitad posterior está pintada debajo de un recorte del soporte, lo que concede a la propia pared rocosa un papel activo dentro de la composición, aunque nosotros no podamos llegar a valorarlo en su plenitud.

Recordemos cómo la describía Antonio Beltrán Martínez en su trabajo sobre Los abrigos pintados de la Cañaica del Calar y de la Fuente del Sabuco en El Sabinar, en 1972: «hermosa figura de ciervo vuelto hacia la izquierda, figura central del abrigo». Cierto es que convive con otras cincuenta y dos representaciones más, la mayor parte de una calidad formal notable, pero coincidimos con el profesor Beltrán en que la belleza que acapara esta imagen de venado y su posición central, que en modo alguno fue caprichosa, cautivan la atención del espectador nada más llegar frente al panel pintado, haciendo muy difícil alejar la mirada de ella.

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