360 grados

África ya no está dispuesta a decir «sí, Bwana»

Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, y Vladimir Putin, presidente de Rusia

Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, y Vladimir Putin, presidente de Rusia / MIKHAIL METZEL/HANDOUT

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Desde hace décadas, gobiernos y empresas occidentales se han dedicado a sobornar a dictadorzuelos africanos para mejor explotar las riquezas naturales del continente, y sólo parecían protestar entonces algunas oenegés de derechos humanos. Pero ahora que rusos y chinos intentan, por desgracia, hacer lo mismo -explotar el uranio, el cobalto y tantos otros recursos en los que esos países son ricos y sin darles lecciones sobre cómo gobernarse-, Occidente pone el grito en el cielo.

Rusia convoca una cumbre con los representantes de ese continente, y los medios lo califican de «mero show propagandístico» con el que se quiere ocultar el enorme daño que ha hecho a los países más pobres la suspensión por Moscú del acuerdo con Ucrania sobre cereales. Y ciertamente hay mucho de propaganda en el anuncio que hizo en San Petersburgo el presidente ruso, Vladímir Putin, de que su país donará gratuitamente 50.000 toneladas de trigo ruso a países como Mali, Somalia o Burkina Faso. Algo que los africanos consideran, con razón, insuficiente.

Pero hay que reconocer al mismo tiempo que el mundo está cambiando y que muchas naciones del llamado Sur global, ya sea en África, pero también en Latinoamérica, no parecen dispuestas a seguir diciendo «sí, Bwana» a Occidente.

Es el caso, por ejemplo, de Malí, cuyo Gobierno se muestra decidido a acabar con la herencia colonial francesa, al punto de eliminar el francés como lengua oficial y sustituirlo gradualmente por las numerosas lenguas locales.

Por lo pronto, Mali expulsó ya a las tropas francesas, que entraron en el norte de ese país a comienzos de 2013 con el encargo de combatir a varios grupos yihadistas que se habían hecho fuertes en todo el Sahel.

Pero los malienses maliciaron que Francia quería aprovechar la lucha contra los terroristas para afianzarse en su país, y el Gobierno de Bamako decidió entonces reanudar sus contactos con Rusia, que envió allí a fuerzas del grupo Wagner, no precisamente respetuosas de los derechos humanos.

Como reacción, EE UU sancionó esta semana al ministro de Defensa y a dos jefes militares de la Fuerza Aérea, a los que acusó de haber facilitado la entrada de los mercenarios rusos. 

La superpotencia está preocupada por la implantación creciente de empresas rusas en el continente africano y parece haber presionado a algunos de sus gobiernos para que no acudieran a la cumbre de San Petersburgo con Rusia.

Así, por ejemplo, el presidente de la República del Congo, Félix Tshisekedi, que había anunciado su presencia, finalmente no acudió, argumentando que debía asistir a la inauguración de los Juegos de la Francofonía.

Al final asistieron a la reunión representantes de distinto nivel de 49 de los 54 países africanos y sólo veintiuno eran jefes de Estado o de Gobierno

Según la ONG International Crisis Group, los países que cedieron a las presiones norteamericanas son los que más dependen de la benevolencia de Occidente para renegociar sus deudas.

En cualquier caso, los africanos, sobre todo los de la región del Sahel, no ganan para sustos, y así después de los golpes militares en Mali y Burkina Faso, ahora le ha tocado a Níger, que tenía en Mohammed Bazoum a un presidente elegido en las urnas. Algunos sospechan que Rusia podría estar detrás. Se vio agitar allí banderas rusas, y señalan que en Mali y Burkina Faso aumentó, tras sus respectivos golpes, la presencia rusa. 

Lo único cierto es que los gobiernos occidentales se enfrentan a un nuevo dilema: confiados en la estabilidad del Níger, Francia, EEUU y Alemania estacionaron tropas en ese país. 

Francia, la antigua potencia colonial, obtiene del Níger buena parte del uranio que necesita para su industria nuclear.

La asociación Afrique-Europa-Interact trata de explicar así lo ocurrido: el Gobierno de Niamey ha seguido un rumbo pro-occidental, que no comparte la gran masa de la población.

Muchos nigerinos asocian la corrupción, los abusos de poder, el clientelismo y otros problemas a la presencia militar de Occidente en el Sahel.

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