Jodido pero contento

Profundas grietas en la gran muralla china

Toda la historia reciente de China, desde que el ahora máximo dirigente a perpetuidad, Xi Jin Ping, asumió las riendas del poder, ha ido en la línea de un cambio profundo en la orientación pragmática y las relaciones cordiales con Occidente

L.O.

L.O.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

El Partido Comunista chino presume de que su modelo autoritario es mucho más sólido y estable que el de las disfuncionales y caóticas democracias occidentales, con su permanente cambio de políticas y líderes en elecciones recurrentes, dominadas por opiniones públicas, que apuestan por uno u otro candidato en función de características tan triviales como la imagen personal o el poder mediático. Frente a esto, los chinos, supuestamente, se gobiernan por la rigidez de principios asentados y defendidos por una estructura de partido único con millones de afiliados y un liderazgo extraordinariamente consolidado.

Esos argumentos convencen a mucha gente, incluso en Occidente. Son los que, en el fondo, añoran a un hombre fuerte para que dirija con mano firme los destinos de su nación. Caídos en desgracia los Partidos Comunistas occidentales, las veleidades autoritarias son, cada vez más, un patrimonio exclusivo de los partidos de ultraderecha, como el Frente Nacional en Francia o nuestra versión española bajo la marca Vox, palabra latina que denota el fuerte sesgo confesional de una parte considerable de su electorado. Al igual que en los años treinta del año pasado, las sucesivas crisis del siglo XXI han dado la oportunidad a multitud de autócratas, de toda laya y condición, de asentar sus reales y dominar las escenas políticas por décadas y décadas de sus desgraciados países. De Putin a Erdogan, pasando por Donald Trump o el húngaro Víctor Orban, la escena política mundial se ha ido llenando de estos siniestros personajes.

Pero no todo es tan sólido como lo pintan los autócratas del planeta. En concreto, estamos asistiendo a una escena pintoresca en el Reino del Medio (como les gusta que llamen a su país los chinos) que dice poco de la rigidez y estabilidad de su Régimen, y mucho de su falta de respeto a las formas y de su intolerancia. Nada menos que el ministro de exteriores chino, un dirigente educado en Occidente, y bien valorado por las cancillerías extranjeras, ha estado desaparecido de escena un mes entero. En vez de Dónde está Wally, la gente se preguntaba con consternación donde estaría Qin. Con el secretismo característico de estos gobiernos totalitarios, los portavoces chinos murmuraban razones ininteligibles, como cuestiones de salud. Por otra parte, las noticias del ministerio y la agenda teórica del ministro desaparecieron completamente de su web oficial. Al final, el tal Qing Gang ha reaparecido en escena, no sin haber sido sustituido previamente sin ninguna explicación en el cargo, por su antecesor, Wang Yi. Ahora parece ser que hay cargos contra el ex ministro, temporalmente, desaparecido por corrupción, lo que es no decir casi nada en el opaco y manipulable sistema legal y judicial chino, una estructura servil a mayor gloria de los dirigentes del Partido.

Esta crisis, que en cualquier país occidental se hubiera realizado con luz y taquígrafos, es una muestra más de que la falta de transparencia de estos regímenes autocráticos provoca situaciones completamente estúpidas, al no querer reconocer la existencia de diferencias de criterio y fallos de gestión completamente naturales en cualquier contexto democrático. Probablemente, la confusa respuesta a esta situación sea consecuencia del nerviosismo de la dirigencia china en un momento en que las cosas de la economía empiezan a rodar francamente mal, después de un período boyante, debido a la apertura posterior a la crisis del Covid. Esta también terminó con un volantazo brusco e incomprensible, después de años de presumir de control de la pandemia a base de mano dura, de restricción de movimientos y de paralización sin miramientos de la actividad productiva allí donde se producía un brote de la enfermedad. El caso es que el crecimiento económico, por causas relativamente desconocidas, se ha reducido a la mitad de los objetivos previstos en el curso del año, provocando un auténtico shock en las autoridades económicas del país. Se barajan varios factores a la hora de explicar ese inesperado enfriamiento de la economía, entre ellos la disminución considerable de la actividad constructora, impulsada en parte por las medidas restrictivas impuestas por el gobierno a la venta de suelo por parte los entes locales y a la propia financiación de las empresas promotoras.

Un dato mucho más preocupante es la disminución brutal de las inversiones procedentes el exterior, que han caído casi un 80% este año con relación al pasado. Y es muy preocupante porque significa que el proceso de desacoplamiento chino de la economía americana y, en menor medida, de la europea, está provocando ya efectos considerables en su economía. A estas alturas, las misiones comerciales para captar inversiones en el extranjero por parte de las entidades de desarrollo y zonas especiales de China habrían dado una cosecha de decenas de miles de millones captados de los inversores occidentales. Este año, en contra de la asentada tradición de años, muchas de estas misiones acaban en un rotundo fracaso y se tienen que volver a casa con las manos vacías.

En realidad, toda la historia reciente de China, desde que el ahora máximo dirigente a perpetuidad, Xi Jin Ping, asumió las riendas del poder, ha ido en la línea de un cambio profundo en la orientación pragmática y las relaciones cordiales con Occidente, que también le fueron a la economía china desde la muerte de Mao, a un nacionalismo beligerante y un enfrentamiento sin cuartel con los Estados Unidos con las disputas de soberanía en los Mares de China y las amenazas a la independencia de facto de Taiwan de fondo, agravadas por la asertividad sin complejos de la nueva China tanto en el Pacífico y como en el Sur Global con fines expansionistas. Todo aparentemente sin coste ante la parálisis de los países occidentales, más pendientes históricamente de los beneficios económicos de la relación con China que de las amenazas estratégicas que se deducían de su deriva expansionista y de la relación de dependencia estructural a la que estaban siendo sometidas.

Todo eso ha cambiado por varias causas. Entre ellas el despertar nacionalista norteamericano en la era Trump, continuado y reforzado por la Administración Biden, la crisis del Covid, que evidenció la brutal dependencia de Europa de las manufacturas chinas y, finalmente, la descarada ‘amistad sin límites’ declarada a los cuatro vientos entre la China del dictador Xi Jin Ping y la Rusia del autócrata Vladimir Putin. Ante esta situación solo cabe preguntarse: ¿estaremos asistiendo al inicio del derrumbe de la gran fortaleza china?

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