LA FELIZ GOBERNACIÓN

Adoctrinando a Vox

López Miras cantó ayer en su discurso de investidura las bondades del Parlamento como intento de sugestionar a los abascales para que se resignen a él sin pretender entrar al Gobierno

Fernando López Miras

Fernando López Miras / Miguel López-Guzmán

Ángel Montiel

Ángel Montiel

López Miras dictó ayer un buen discurso de investidura. Incluso muy bueno. Pero ocurre que igual serviría para la Región de Murcia que para Albacete, pongamos por caso. Si no sale elegido presidente podría publicarlo con el título Plantilla para hacer discursos de investidura, y tendría un gran éxito como manual de autoayuda para candidatos en estado de necesidad.

La introducción y el remate resultaron enternecedores. Hizo un canto a la importancia de la Asamblea Regional, a la que concedió una función mucho más decisiva que el Ejecutivo que pretende presidir, pues éste a fin de cuentas sería un mandado de los altos designios del Parlamento. Tanta humildad sobre su función de briega frente al brillo que proporciona la actividad culiparlante, en la que los diputados pueden expresar a lo largo de la legislatura, dijo, «su respetable visión del mundo», nos trasladaba la imagen de un candidato comprometido con la división de poderes, desintoxicado de la tentación del decreto-ley y sometido ante la Asamblea como un buen directivo de empresa ante su consejo de administración.

Nos habría convencido más sobre su devoción a Montesquieu si no fuera porque dejaba percibir que pretendía adoctrinar a los diputados de Vox sobre lo bonito que es el Parlamento, las maravillas que se pueden hacer desde él y lo fructífero de su función más allá de lo que definió como «el fetichismo del sillón», es decir, la tarea ejecutiva de Gobierno, a la que, sin embargo, él se sacrifica. Decía esto delante de sus dos consejeras trepatrans, quienes por librarse del fetichismo del sillón, de un solo sillón, ocuparon dos: el del Gobierno y el de la Asamblea.

Tanta insistencia en poner a Vox la zanahoria del Parlamento denotaba ingenuidad, pues si uno miraba la bancada de los nueve abascales no parecían tener el aspecto de niños dispuestos a tomar un caramelo regalado a la puerta del colegio. Que sí, que el Parlamento es muy chulo, pero ellos quieren entrar al Gobierno, y de ahí no hay quien los saque, cabezones que son.

El núcleo central del discurso contenía tres apartados. En el primero trazó cinco ejes de la que será su política de Gobierno, la parte que digo que parece una plantilla. Sería difícil discutir esas prioridades, ni siquiera desde la izquierda. El problema es que sonaba a algo ya escuchado hace cuatro años, en la anterior investidura, de lo que se deduce que la legislatura precedente no ha resultado muy ubérrima. Lo positivo, sin embargo, es que el aspirante a revalidar la presidencia es plenamente consciente de algunos de los caminos a emprender.

El segundo apartado se refería a las medidas que se dispondrá a aplicar en sus primeros cien días de Gobierno, y el tercero, todavía con más concreción, a las que pondría en práctica antes de que acabe el presente mes de julio. Tanta inmediatez vendría dada por la necesidad de aceleración para la constitución del Gobierno, pues «la Región no puede perder un minuto más mientras el mundo no se detiene». Lo de no perder un minuto no parecía dicho como metáfora de la urgencia, sino literalmente. Trasladó una sensación como de azogue, algo así como si estuviera en marcha una cuenta atrás y no fuera posible esperar veinte días para disponer de un Gobierno. Cabría preguntarse si es que el actualmente en funciones ha descuidado sus deberes y ahora todo se echa encima.

Deprisa, deprisa. Ahí intentaba crear mala conciencia en Vox, pues habría que preocuparse, entre varios ejemplos, por el licenciado que se ve obligado a trabajar en un oficio diferente al que ocupó sus estudios en vez de estar en el vodevil (así lo calificó) del bloqueo de los acuerdos políticos para iniciar la nueva gobernación.

En todo su discurso programático no hubo más que un par de guiños específicos para Vox (coto a los okupas y prórroga para los agricultores cuyas explotaciones entran en el ámbito de aplicación de la Ley del Mar Menor), aunque puede entenderse que son decisiones específicas del PP. Sin embargo, más que por lo que dijo se percibió la búsqueda de concordia por lo que no dijo. Así, sorprendió que no aludiera ni de pasada a la violencia contra las mujeres, como tampoco la cultura mereció una línea de atención. Y también resultó notable que mientras las medidas concretas que anunció para su despegue como presidente en la actual legislatura fueran expansivas (ayudas a cascoporro para unos y otros sectores) y bajada de impuestos en sucesiones, sin embargo no hiciera alusión a la deuda y al déficit, ambos epígrafes en situación para la que queda corta la calificación de insostenibilidad.

El discurso fue breve y conciso, y su tono general, templado ¡con tan sólo una alusión a Sánchez! Vivir para oír.

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