La Feliz Gobernación

Sin tetas no hay democracia

Detrás de unas tetas liberadas siempre hay un polícía o un cura. Con la porra, con la normativa municipal y espesa o con un sermón

Ilustración de Miguel López-Guzmán.

Ilustración de Miguel López-Guzmán. / L.O.

Ángel Montiel

Ángel Montiel

La democracia española, es decir, la libertad, fue inaugurada por las tetas desnudas de una mujer, María José Cantudo, en una película titulada La Trastienda. Tiempo después, ya fuera de la pantalla, Susana Estrada mostraba sus pechos ante Tierno Galván con toda naturalidad para manifestar que la libertad había venido para quedarse.

Lo que acabo de escribir es hoy incorrectísimo, porque alguien saldrá a decir que estas estampas contribuyen a la cosificación de las mujeres. Pero quien lo diga no tiene ni idea. En la Transición, arrancando incluso desde el agónico franquismo, las tetas femeninas eran la avanzadilla de la democracia. Más que los políticos, aquel grupo de actrices del destape, tal vez inconscientes de su contribución, constituyeron la vanguardia de la lucha contra la dictadura, es decir, contra el meapilismo y la beatería nacionalcatólica, estulta e hipócrita. Por delante de las ideas políticas iban las tetas para abrir camino a un nuevo mundo y feliz, despojado de la peste a sacristía. La revista frivolina Lib debiera tener, desde una consideración histórica, tanto prestigio como el sesudo Triunfo.

En mis tiempos de bachiller nos colábamos en el Teatro Chino de Manolita Chen, donde bailaban unas vedettes ligerísmas de ropa, vigiladas desde la primera fila por una pareja de ‘secretas’ de la Policía que acudían para evitar, bajo amenaza de multa y clausura, que la estriper principal se quitara las pezoneras en el último acorde de la tonadilla pícara durante la cual insinuaba continuamente que lo haría. Y lo hacía, en un visto y no visto, jaleada por un público compuesto sobre todo de matrimonios alegres abocados a una noche prometedora.

Las revistas de Colsada que después salteaban la programación teatral del Romea contenían la expectativa de que la supervedette, en algún momento, hacia el final, exhibiera unas tetas tan lozanas como lejanas. Mientras tanto, a Rocío Jurado le ponían chales para ocultar sus maravillosos escotes en los programas musicales de TVE, a pesar de lo cual ella no dejaba de lucirlos, provocando a la censura con transparencias. Hay una nueva pacatería progre que ha repuesto esta vieja moralina reaccionaria, aunque la tradicional nunca ha desaparecido y repara, por ejemplo, en los pezones libres de Ione Belarra, como si esa imagen contradijera su discurso.

Detrás de unas tetas liberadas siempre hay un polícía o un cura. Con la porra, con la normativa municipal y espesa o con un sermón.

La cantante Rocío Saiz vio interrumpido su concierto durante la celebración del Orgullo en Murcia porque tiene por costumbres despojarse de su camiseta cuando entona una determinada canción. Y en ese instante había un polícía, hoy como ayer, para parar la función. Nada cambia. Libertad para todo, menos para que una señora muestre sus tetas, si le place, durante una actuación artística. ¿Qué tendrán las tetas femeninas, fuente nutricia de nuestras vidas, que no pasan el rigor de una normativa municipal interpretada a su manera por el agente represor de turno?

La luz de la democracia se encendió con unas tetas. No las taparán.

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