Limón&Vinagre

Un bigote rebelde y la retórica imperial

Recep Tayyip Erdogan, durante un acto de su partido, AKP, el pasado miércoles en Ankara.

Recep Tayyip Erdogan, durante un acto de su partido, AKP, el pasado miércoles en Ankara. / Oficina de Prensa Presidencial / Reuters

Josep Maria Fonalleras

No es nada fácil resumir la historia en unas pocas líneas y, de hecho, no es el objetivo de este retrato, pero para entender un poco la personalidad de Erdogan y su papel en la Turquía del siglo XXI es necesario adentrarse, aunque sea a través de trazos gruesos y sin entrar en detalles, en la configuración de un imperio que nace de las ruinas del Imperio romano de Oriente, en una fecha determinada, el 29 de mayo de 1453, que es el día en que, a media tarde, el sultán Mehmed II entra en Constantinopla, ordena que Santa Sofía sea mezquita e introduce el mundo en la etapa que conocemos como Edad Moderna. Como si nada. Desde entonces, el Imperio otomano se extiende por todo el Mediterráneo oriental y por el sur del Mar Negro, colindante con Rusia, con muchos sultanes que mandan y que ven cómo, en los primeros años del siglo XX, la cosa se deshace poco a poco y, por culpa de la Primera Guerra Mundial, se acaba de hundir del todo, en los Balcanes y en el mundo árabe, sin olvidar que uno de los últimos estertores del poder otomano es uno de los genocidios más brutales que se recuerdan, el de los armenios. 

Unos jóvenes militares deciden intervenir en el asunto y, finalmente, abolen el sultanato de los otomanos y declaran la constitución de la República de Turquía, también un día 29, en este caso de un octubre de hace cien años. Mustafa Kemal Atatürk se convierte en padre de la patria y establece los preceptos irrenunciables de la nueva nación, que se resumen en dos: la laicidad y el rechazo a las injerencias religiosas. Y la ascendencia militar, por supuesto, garante de la secularización.

Varios golpes de Estado

Y ahí es donde llega Erdogan. Bueno, mientras tanto ocurren más cosas, sobre todo inestabilidad y varios golpes de Estado, porque a lo largo de la historia reciente siempre hay una pulsión, soterrada o no, entre los militares que defienden la herencia del colega Atatürk y los que querrían, para simplificar, que Turquía fuera más religiosa, es decir, más musulmana. Erdogan es uno de estos últimos, aunque en su carrera oscila entre jugar como un Gündogan moderado y estilista o como un arrebatado y chapucero Arda Turan.

El joven Erdogan escribió poesía y estudió en una escuela para imanes. Y es ahí donde llega el asunto del bigote. Militante del Partido de Salvación Nacional (MSP), en 1980 trabajaba en el Ayuntamiento de Estambul. Hubo un golpe de Estado (¡uno más!), porque los militares siempre encontraban que la república no era tan laica como debía ser, y el MSP fue declarado ilegal. Erdogan se negó a afeitarse el bigote (que era uno de los requisitos impuestos por el régimen) y fue despedido. El bigote, por cierto, algo más descafeinado y mucho más blanco y aclarado, todavía está ahí. Después, en 1994, logró ser alcalde de la antigua Constantinopla y, en un mitin, recitó unos versos del poeta Ziya Gökalp, creador de la idea de turquismo, que decían así: «Las mezquitas son nuestros cuarteles; las cúpulas, nuestros cascos; los minaretes, las bayonetas; y los creyentes, nuestros soldados». 

Un tribunal le condenó, pasó cuatro meses encarcelado, perdió los derechos políticos de por vida e incluso fue declarado «preso de conciencia» por Amnistía Internacional. Ironías de la vida: ahora, las prisiones turcas están llenas de presos de conciencia, sometidos a la deriva presidencialista de Erdogan y Turquía ocupa el puesto 157 entre 180 países en el ranking de Reporteros Sin Fronteras sobre ataques a la libertad de expresión. Erdogan intuyó que entonces la cosa islamista era excesiva y fundó el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). En 2003 ganó por sorpresa las elecciones y, al poco, la Asamblea Nacional aprobó una enmienda constitucional que permitía a Erdogan volver a ocupar un cargo público. 

Y de ahí a lo que ahora tenemos entre manos, a la espera de la segunda vuelta del 28 de mayo. Primer ministro, presidente, 20 años en el poder, una primera etapa más liberal y pro-Occidente, un golpe de Estado (¡otro!) de orígenes ocultos que le permitió reprimir al por mayor, más cambios en la Constitución para convertirse en un nuevo sultán, y una progresiva islamización de un país clave en el panorama geoestratégico (¡y más, ahora, con la guerra de Ucrania!), con intervenciones militares donde sea necesario (Siria o Libia, por ejemplo), negaciones de derechos, ataques a la minoría kurda, y un largo etcétera, envuelto con el lazo de lo que los analistas califican como «retórica imperial otomana». Y aquí acabo, tal y como hemos empezado.

Suscríbete para seguir leyendo