El lobo

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Cuando la sospecha llama a la puerta de una relación (amistosa o de pareja), la opción más acertada tal vez sería recibirla con la frialdad e indiferencia con la que atendemos a quien pulsa el timbre para notificarnos una multa de tráfico, o al predicador de turno que viene con la intención de hacernos creer en los pasajes bíblicos de su comunidad. Nadie tiene tiempo para valorar la presencia de lo que no interesa. Y es que, a la fuerza ahorcan, y depositar nuestra confianza en alguien requiere un esfuerzo sobrehumano, intensidad, voluntad y una conducta asertiva que nos aleje de conflictos variados, no se me ocurre nada más complicado que volver a sentir confianza por un ser humano si previamente otro de la misma especie nos la ha pegado, debe ser parecido a tener la honorable intención de adoptar un perro sin que nos hayan contado que es un Pitbull Terrier adiestrado por el padre de Jesse Pomeroy.

El recelo es dolor, inseguridad, enfermedad, deterioro y destrucción, pero pocos nos atrevemos a pegarle un portazo de bruces. Muchos son los amigos que con su mejor intención me han llamado «mujer del Renacimiento». Lo han hecho como entonando el piropo más bello, pero luchar por la libertad de conciencia sigue siendo complicadísimo seis siglos después, eso es preocupante. Hay veces que el muro es demasiado alto, hay noches tan largas que te nublan la esperanza. ¿Qué sentirían en el Renacimiento las mujeres que por su esfuerzo y capacidad eran tachadas de brujas? Lo que etimológicamente comenzó describiendo a señoras bajo una connotación positiva, terminó por demonizarse bajo un cruel y áspero tratado que las enjuiciaba sin permitirles defensa alguna. Un drama que aún en nuestros días, salvando una hoguera, sigue marcando el alma cuando las someten a crítica fruto de la ignorancia y de esa malograda desconfianza. Créanme, resultan desgarradoras las conclusiones que sin dar un palo al agua y escaso de talento se atreve a insinuar inmundicia. Esas lindezas calan profundo, y desciendes de un plumazo a la casilla de salida porque nadie te ha intentado proteger de una tormenta dónde rechina la inconsecuencia . Todo provocado por la amenaza del que está muerto de miedo, siempre es el miedo es el que obstaculiza y paraliza. Ahora no te queda otra opción que la de sacudirse el polvo, apartar las piedras y volver a patear el camino por el que estás convencida aparecerá de nuevo ese lobo. Esta vez tragando saliva, un lobo que nunca confesará que ha entrenado duro para hacerlo mejor, que por no hablar a tiempo seguirá sufriendo al ver reflejado lo que pudo ser. Pero la renacida, y permitirme hablar en femenino singular por mi condición de mujer, ya ha bajado la cuesta, está casi a punto de llegar al destino de volver a empezar dónde todo encaje, a esa orilla en la que al fin hace pie. Y de nuevo, la triste canción de haberle negado al lobo, que ahora es bueno, su frasco de amor. Y que además incluso estaba dispuesto a comerte mejor

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