El retrovisor

De nuevo la Cuaresma

Miguel López-Guzmán

Ayer decíamos adiós a cordiales y polvorones navideños ya que el primer culto cuaresmal del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma están aquí como preludio de la primavera. Resulta imposible no rememorar la imposición de la ceniza en los años colegiales en esta fecha señalada en el calendario. «Memento homo quia pulvis es et pulverum reverteris» (Recuerda, hombre, que polvo eres y al polvo has de volver), susurraba el tonsurado sacerdote al hacer en nuestra frente la señal de la Cruz. El latín imponía, ya llegaría el Concilio Vaticano II para popularizar la liturgia y siempre estarían los progenitores para traducir aquellas palabras que nos acongojaron.

La cola piadosa de los escolares resultaba un paréntesis en el día lectivo, esforzándose todos por mantener la ceniza sobre nuestra piel el máximo tiempo posible como muestra aparente de religiosidad, la que nos daba cierta importancia en aquella tierna edad. Los había que mojaban su mano con un escupitajo que luego pasaban por la frente para fijar la ceniza ansiada; la que recuerda nuestra futura muerte tras lo efímero de la vida.

Señoras tocadas de negro velo, misal y bolso acharolado, vestidas con modestos abrigos de paño con cuello de pelo de conejo, guardaban igualmente turno en la parroquias por idéntico motivo. Señores haciendo ostentación de enlutado brazalete señalaban la desgracia reciente que daba más énfasis a las palabras de tan fatal destino. Miércoles de Ceniza de antaño en una Murcia familiar en la que los sacerdotes vestidos de sotana veían besadas sus sacralizadas manos por los chiquillos que transitaban por la calle. Sacristanes y monaguillos que hacían tañer las campanas en conjuros, Ángelus, y toques llamando a la misa diaria.

Días de ayuno y abstinencia suavizados por la bula de la Santa Cruzada; tiempo de potajes en la mesa. Cofradías que iniciaban sus actividades pasionarias con quinarios y novenas. Vía Crucis por las calles de Murcia desde la catedral, en frías y madrugadoras mañanas, con cánticos como Perdona a tu pueblo, Señor… que hacían removerse en la cama a los más perezosos, al llegar hasta balcones y ventanas rezos y cantos.

El primer viernes de marzo, la plaza de San Juan y calles aledañas se veían colmadas por una multitud formando largas colas para el tradicional besapié al Cristo del Rescate, gentes de toda índole y condición, dónde aún hoy, aguardan turno pacientemente para rendir tributo de fe al Nazareno. Tradición enraizada en la Murcia de siempre que pese a pandemias y tiempos difíciles, año tras año, sirve como manifestación piadosa de devotos murcianos. Antaño esta devoción se perpetuaba todo el año en quienes por sus promesas vestían el morado hábito con cíngulo o cordón amarillos.

Tiempo para recordar la figura de Adrián y su hijo, Nacho Massotti , imprescindibles a la hora de rememorar tan popular manifestación de fe y la cofradía de la que es titular Nuestro Padre Jesús del Rescate y María Santísima de la Esperanza.

Murcia en Cuaresma ya huele a fresas y azahar, a cera y a simientes de seda en una primavera que ya se intuye en el blanco inmaculado de los almendros en flor.

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