Mamá está que se sale

Conceptos jurídicos para buenas personas

Elena Pajares

Elena Pajares

Mis hijos han abandonado definitivamente esa niñez plácida y felicísima donde todo es posible y sólo hay felicidad, o donde el mayor problema es que se pierda una pieza de Lego, o algo de las Silvanian.

Sé que son más mayores, porque empiezan a preguntar quién le paga esto o lo otro a fulano de tal, si se mueren su padre o su madre, o por qué hay gente que vive en la calle, y si es porque quieren o es porque no tienen casa. O, sin ir más lejos, si es nuestra la casa donde vivimos. Oye, son preguntas inquietantes, para las que ojalá existiera la respuesta de que no hay por qué preocuparse y que todo se arreglará.

Cómo no, al decirles que el banco se asegura de que les pagues el préstamo, les surgió la pregunta de qué pasa si no puedes pagarlo, o si después de un tiempo ya no quieres esa casa. Hijos míos, eso mismo es lo que se preguntan todos esos de los desahucios, qué demonios hago ahora con el dichoso préstamo.

Todo les sonaba a términos ásperos y fríos, hasta que les conté una noticia de hace unos días, la historia de un chico que falleció de repente, que había hipotecado la casa en la que vivía con su madre, sin saberlo ella, y del pastel con el que se encontró la pobre al recibir el préstamo como parte de la herencia. Como sabes, ya los romanos decían que la herencia primero desciende, luego asciende y por último se extiende. Una forma muy gráfica de entender que, si no tienes hijos, lo tuyo va para tus padres. Y si tampoco, para hermanos y sobrinos. Como es natural, en el caudal hereditario viene todo, los bienes y las deudas, así que esa madre heredó también el préstamo del hijo. Porque, aunque el chico pagaba en vida religiosamente, ese préstamo hipotecario tenía el pequeño defecto de no tener aparejado un seguro de vida que se hiciera cargo del pago en caso de fallecimiento. Algo que, desde luego, los bancos habituales no permiten, ya se aseguran ellos el pago íntegro en caso de que el prestatario, el deudor hipotecario, o el doliente, como quieras llamarle, se muera antes de haber pagado. Bonicos son. Aunque desde el punto de vista práctico, más vale prevenir: los seguros, en particular los de vida, son de las cosas que ojalá estemos tirando el dinero y no haya que usarlos nunca, pero son de lo más útil en caso de fatalidad.

El caso es que, descubierto el pastel del préstamo, y ante el impago por parte de la madre, el acreedor quiso cobrar su deuda, y no teniendo la mujer medios para pagarla, sólo podía vender la casa o esperar a que se ejecutara el desahucio. Les dije a mis hijos que, precisamente para garantizar el pago, todas las cantidades del préstamo se inscriben en el registro de la propiedad, en el folio correspondiente a la casa. Y el que quiera comprarla, la compra con el préstamo, que está unido para siempre a esa casa. Se quedaron muertos cuando supieron que todas las casas, pisos, edificios, solares, bajos, y todo lo que hay bajo la vista del Señor, tiene reflejo en el Registro de la Propiedad, y que, como si fuera la Biblia, ahí sale si tienen deudas o están libres de cargas. Les enseñé para su asombro una nota simple, y ya directamente fliparon. No se escapa nadie de pagar la hipoteca. Que, por cierto, en términos jurídicos es un préstamo (hay que devolverlo) con garantía (normalmente, la misma casa, pero puede haber aval), sin desplazamiento de la garantía (puedes usar la casa como si fuera tuya).

La tragedia de la mujer acabó como en los cuentos, cuando apareció alguien que pagó el préstamo y la liberó de tener que pagarlo. Y yo, para terminar el atracón de términos jurídicos, les conté que el buen samaritano, además, le cedió el usufructo vitalicio, y la mujer puede usar la casa e incluso alquilarla y quedarse con la renta, mientras viva.

Pero Antonio, que escuchaba desde su mesa y no le van nada los cuentos, añadió «¡pero el dueño de la casa es el que ha pagado la deuda!». Bueno, una pequeñez, a lo que nos interesa, y es que los términos jurídicos también son útiles para las buenas personas.

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