Luces de la ciudad

Soliloquio

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Dicen por ahí que hablar con uno mismo resulta ser una práctica terapéutica que mejora la capacidad intelectual y la autoestima. No tengo muy claro que este efecto pueda producirse en mi persona, pero, aun así, lo intento.

—Entonces, ¿sobre qué vas a escribir esta semana? —me pregunto sin más dilaciones.

—Los placeres de la vida —me respondo con seguridad. Como si no tuviera ninguna duda. Mentira.

—Creo que te vas a meter en un jardín espinoso, y no te hacía yo aficionado a la jardinería.

—Bueno, no pretendo hablar de todos. Sé que la lista es infinita y que cada cual tiene sus preferencias.

—Así es. Para muchos, las actividades que les provocan mayor placer pueden ser tan variadas como bañarse en la playa, dormir, comprar, viajar, leer, escuchar música… e incluso, para los más escatológicos, ir al baño.

—Cierto, pero si preguntáramos a la gente, la mayoría nos respondería que el mayor placer de la vida, delicioso y adictivo, es comer.

—Pero mentirían como bellacos.

—Claro. ¿Alguien puede negar que llegar al clímax suponga el mayor placer que pueda experimentar un ser humano?

— Desde luego yo no. Por cierto, hablando de orgasmos, sabías que podemos elegir y controlar los nuestros para que sean más o menos intensos, tradicionales, de próstata, secos… y yo tanto tiempo sin enterarme.

—Sí, lo sabía. Recuerda que lo leímos juntos.

—Qué lastima no poder disfrutar de todos estos placeres a la vez.

—Plutarco decía: «Disfrutar de todos los placeres es insensato; evitarlos, insensible». Por tanto, moderación para evitar una sobredosis. Los antiguos griegos consideraban el abuso de placer como un vicio pernicioso.

—Pues chico, tú andas ahí, ahí.

—No exageres. Pero no es de estos placeres de los que quiero hablarte, si no de uno del que disfruto recientemente.

—Pues hazlo ya que nos quedamos sin espacio. ¿Cuál es?

—El placer de no hacer nada

—Buenooo, estás cada vez más chiflado. Pero, en fin, ya lo decía Pablo Neruda: «Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce».

—No creas que estoy tan tarado. Hace tiempo que los italianos practican la filosofía del dolce far niente, la felicidad de no hacer nada.

—Ya, y en Holanda ha aparecido una corriente llamada Niksen, el poder de la pausa, que propone ir más despacio y vivir mejor.

—No se trata de aflojar nuestro ritmo diario y dedicar el tiempo libre en otras actividades que a su vez nos tengan ocupados. Lo importante es anteponer el propio bienestar a todo lo demás. Se trata, literalmente, de no hacer nada.

—Pero entonces nos sentiríamos ociosos, inútiles, vagos…

—No creas, el verdadero placer de no hacer nada se basa en disfrutar de las cosas simples de la vida: mirar a través de una ventana el horizonte que hay ante ti, sentarte en una cafetería y ver a la gente caminar por la calle o asomarte a un balcón y dejar la vida pasar.

—Pues ese ‘no hacer nada’ ya sería hacer algo.

—Puede, si no consigues desconectar completamente. Hay que dejar la mente vagar sin una tarea específica. Y como dice la psicóloga estadounidense Dodgen-Magee «que el único plan que tengamos sea simplemente estar».

De repente se produce un silencio prolongado.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no sigues escribiendo? ¿Qué haces?

—Nada.

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