JODIDO PERO CONTENTO

Brexit, sostenello y no enmedallo

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Si hay una muestra palpable de empecinamiento en un error, esa es la historia del Brexit y el Reino Unido. Solo un tercio de los votantes británicos sigue pensando que fue una decisión correcta, mientras que el 56% piensa que fue un error. Un 20% de los que votaron a favor, se arrepienten ahora de haberlo hecho. Son números muy significativos, después de tan solo seis años de haber tomado una decisión y de apenas tres años de haber hecho efectiva la salida de las instituciones y del mercado único europeo. Hasta ahora, los eurófobos conservadores han podido culpar de la clara decadencia económica del Reino Unido al Covid y a la guerra de Ucrania. Pero esas excusas ya no tienen validez, y ahora los británicos tienen que enfrentarse a la cruda realidad de los datos, después de años de tragarse las fantasías y las mentiras de los líderes del Brexit.

Estos datos no son secretos, son públicos y de conocimiento general. Pero si eso debiera de parecernos un motivo suficiente para que los políticos tomaran buena nota y actuaran en consecuencia, estaríamos completamente equivocados. Cada vez que el primer ministro actual, Rishi Sunak, o el líder de la oposición laborista, Keir Starmer, abren la boca es para manifestar su adhesión inquebrantable al Brexit y proclamar su total irreversibilidad por los tiempos de los tiempos. La única explicación de tamaño empecinamiento por parte de los líderes británicos es que el Brexit, lejos de ser una decisión legítima de conveniencia política, se ha convertido en una religión sectaria que no permite el más mínimo margen de disentimiento o herejía, como afirma en un celebrado artículo Simon Jenkins, reputado columnista de The Guardian.

Es cierto que el actual primer ministro se mostró partidario del Brexit, pero del Brexit que proponía Theresa May, mucho más suave que el que finalmente impulsó el nefasto Boris Jhonson, presa de su irresponsable populismo histriónico, reiteradas veces manifestado hasta el punto de que sus acérrimos partidarios no tuvieron otra opción que darle una patada en el trasero con tal de asegurar la continuidad en el poder del Partido Conservador. En este momento, los laboristas llevan más de veinte puntos de ventaja en intención de voto sobre los conservadores en el Gobierno. Eso es porque los votantes lo tienen claro y a estas alturas responsabilizan a los conservadores del fiasco del Brexit que sufren cada día en sus carnes y, sobre todo, en sus bolsillos. El partido de los toris británicos llevará más de trece años en el poder cuando se celebren las próximas elecciones al Parlamento de Westminster. En circunstancias similares, los conservadores perdieron estrepitosamente, incluso con un buen candidato como era John Major.

Desde luego Keir Starmer no tiene el carisma que tenía Tony Blair, pero tiene el innegable mérito de no ser Jeremy Corbin, el inelegible líder laborista anterior , antisemita confeso y ferviente partidario de Nicolás Maduro y la dictadura cubana. Keir Starmer tenía muy fácil desmarcarse del Brexit, que él nunca apoyó. Pero si algo demuestra el empecinamiento en el error de la clase política británica son sus recientes declaraciones jurando por la santa cruz y el niñito Jesús que nunca un Gobierno laborista admitiría someterse a los estándares europeos y, mucho menos, a los tribunales de la Unión. Todas esas declaraciones de fe eterna en la religión del Brexit demuestran el ambiente de irracionalidad en el que se ha desenvuelto el Reino Unido después del referéndum. ¿Quién ha dicho que la decisión de salir de la Unión es sagrada e irreversible? Si salirse fue posible, por un escaso margen, por cierto, por qué no va a ser posible volver si se decide en un referéndum que sería tan legítimo como el anterior, o más, porque estaría libre de promesas y mentiras, habiéndolas contrastadas con la realidad.

Hace pocos días se supieron los magros resultados de los dos acuerdos comerciales firmados por Boris Jhonson en su afán de fanfarronear del destino esplendoroso que esperaba al Reino Unido con su estrategia de expansión global, una vez liberado de las constricciones del mercado único y la unión aduanera europea. El acuerdo con Australia ha traído un aumento pírrico del tráfico comercial, y un aumento considerable, por el contrario, de las quejas de los ganaderos británicos a cuenta de la bajada de pantalones ante las importaciones de vacuno y cordero de su antigua colonia. Otro tanto ha sucedido con el tan publicitado acuerdo comercial con Japón, cuyo efecto más visible es una disminución drástica de las inversiones de este país en Reino Unido.

Lo que es de juzgado de guardia es el dato sobre inmigración. La razón principal por la que la parte de la población más racista, envejecida, pueblerina y xenófoba del Reino Unido votó en masa el Brexit fue impedir la inmigración de los países europeos, incluido el maniqueo de la supuesta entrada de setenta millones de turcos. Pues bien, la inmigración europea está, eso sí, en mínimos históricos, sobre todo si se cuentan los que salen y los que entran, pero, a cambio, la inmigración de Indonesia o Filipinas ha aumentado considerablemente. Por otro lado, Reino Unido va camino de convertirse, como en el pasado, en un país de emigrantes, debido a la falta de horizontes que reclama la población más joven y dinámica de las islas.

Digan lo que digan los líderes actuales de Gobierno y oposición, Reino Unido se encamina, aunque de forma vergonzante, a una relación con la UE calcada de la de Suiza, incluida la libertad de movimientos entre los nacionales a un lado y otro del Canal de la Mancha, aunque sea por la puerta de atrás. Rishi Sunak ha desmentido recientemente que esa sea la estrategia de su Gobierno ante las filtraciones a la prensa de su equipo, pero su promesa de mejorar las relaciones con el Bloque, empezando por arreglar las diferencias en el protocolo de Irlanda del Norte, van irremediablemente en esa dirección. Mejor sería admitirlo cuanto antes, pero podemos esperar sentados a oir esa admisión o, por lo demás, cualquier reconocimiento del constatable fracaso del Brexit. En la sabiduría popular castellana existe un principio de actuación que explica palmariamente esta situación: una vez que se ha iniciado la disputa por una opinión divergente, lo que queda es «sostenella y no enmendalla».

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