La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Un cuento chino

A la vista de lo que ha trascendido del XXV Congreso del Partido Comunista Chino, un evento milimétricamente coreografiado que ha tenido lugar estos días en la capital Beijing, parece que todo en el Imperio del Medio (como les gusta verse a los chinos por su posición central en un mapa alternativo al que conocemos en Occidente) es una muestra de equilibrio y perfección, o de ‘armonía’, como le gusta denominar a esa paz de los cementerios que promueve el dictador Xi Jinping y la cohorte de fieles acólitos de los que rodea.

Todos los fachas de derecha y radicales de izquierda del mundo añoran un tipo u otro de régimen político dirigido con mano de hierro por un ‘hombre fuerte’, sea ruso, chino, o incluso turco, nacionalista en cualquier caso. Frente a los autócratas, las democracias liberales parecen siempre débiles y en estado de convulsión, con manifestantes y huelgas continuas como en Francia, o con cambios de gobierno en una sucesión de primeros ministros altamente perecederos como en el caso del Reino Unido, que ya va por el tercero este año. 

Tanto Xi Jinping como Vladímir Putin esperan que las naciones de Occidente acaben sucumbiendo y rindiéndose con armas y bagajes ante un sistema ostensiblemente más ordenado y aparentemente más racional como las autocracias a los que ellos han dado forma durante las primeras décadas de este siglo. La patética escena del anterior secretario general del PC chino, Hu Jintao, expulsado de forma expedita de la sala ante la mirada glacial de su sucesor, no puede ser más expresiva del poder omnímodo que se ha otorgado a sí mismo el autócrata que rige la nación china. La pregunta que todo el mundo se hace es: ¿es verdad que China representa ya el modelo a seguir para el mundo, después de un fortalecimiento sin precedentes de su economía, su ejército y sus instituciones políticas? La respuesta es: nada más lejos de la realidad.

Por lo pronto, habría que recordar que todas las dictaduras parecen eternas, simplemente porque no se contempla en el horizonte cercano un relevo ordenado de sus dirigentes. Y no se contempla porque no existe un proceso de relevo institucionalizado y que permita que algo tan natural como sustituir a un gobernante que ha defraudado a sus gobernados sin que ello constituya de por sí una catástrofe. 

Pero el hecho de que no esté previsto, no significa que no se produzcan los relevos, solo que suelen ser a veces de forma dramática y violenta. Las tribus germánicas carecieron históricamente de un sistema de relevo pacífico del jefe, lo que significó que pocos de ellos morían pacíficamente en la cama. Igual sucedió cuando el imperio romano abandonó las instituciones republicanas y abrazó el imperio, con sus césares vitalicios y sus golpes palaciegos correspondientes. 

Las dictaduras no tienen más salida que la violenta porque, si las cosas marchan bien, el dictador no ve una razón para abandonar, y si las cosas marchan mal, tampoco renunciará a la posibilidad de enderezar la situación para dejar un legado que futuras generaciones admiren. O simplemente para elevar las posibilidades de un sucesor designado por él. Los ignorantes creen que el material más resistente es el más duro, y es un error. El material que resiste mejor los embates del tiempo y las fuerzas catastróficas de la naturaleza son los más flexibles. Es cierto algunos dictadores mueren de causas naturales, como Franco o Fidel Castro, pero ellos fueron una excepción y no la regla. Los mercados financieros, difíciles de engañar porque la gente es muy cuidadosa al elegir donde lleva su dinero, han reaccionado de forma inequívoca al ungimiento de Xi Jinping como dirigente vitalicio con caídas espectaculares de los valores chinos cotizados en las bolsas de Hong Kong y del extranjero. No parece que todo estuviera atado y bien atado como presumían los dirigentes del Partido. Por culpa de la política de ‘cero Covid’, el crecimiento de la economía china se ha ralentizado fuertemente, mientras que la del resto del mundo, con todas las dificultades por la presente situación, está plenamente operativa.

Xi Jinping ha sido el líder chino, por otra parte, que ha dirigido su país en la dirección de un nacionalismo feroz, enfrentándose a Occidente y provocando el despertar de su dulce letargo de la potencia estadounidense e incluso Europa. 

El primero que tomó conciencia del desafío estratégico que representaba la dictadura china fue Donald Trump, pero lo significativo es que el candidato que le enfrentó a él y ganó en las presidenciales competía en la dureza frente a China y, una vez en el poder, ha continuado con las medidas restrictivas que el anterior presidente puso en marcha contra la potencia asiática. Parece posible que, en su afán de consolidar su poder omnímodo en el interior, Xi haya perjudicado notablemente la economía de su país en sectores fundamentales.

A pesar de sus aspavientos y proclamas por convertirse en la mayor potencia del mundo, la realidad es que el objetivo económico declarado para 2035 por los dirigentes chinos es alcanzar una renta per cápita similar a la española. Cuál será la española en ese año, no lo sabemos. El caso es que el poder de China se basa en su población, que ha entrado en un imparable declive debido a las políticas de ingeniería social tan típicas del dirigismo autocrático chino, en este caso la política de un solo hijo que rigió durante décadas y ahora amenaza su futuro como gran potencia. Eso por no hablar de la bomba a punto de explotar que representa el sector inmobiliario, con millones de personas que han dejado de afrontar sus pagos a cuenta nuevos proyectos en construcción de promotoras inmobiliarias que, a su vez, han visto cómo los bancos han cercenado sus fuentes de financiación externa. O cómo el sector de las empresas tecnológicas emergentes, como TenCent han sufrido por la acción coercitiva de los dirigentes políticos ante el temor de su creciente poder y su influencia sobre las masas.

Pese a la admiración bobalicona que generan en los extremos políticos, los regímenes autoritarios solo muestran su excelencia a la hora de difundir propaganda e intoxicar la redes sociales en su afán de sembrar el caos y dinamitar el progreso de las sociedades abiertas. La realidad es que todos los Putin y Xi Jinping que el mundo son, o aspiran a serlo, viven bajo la amenaza de una conspiración interna que acabe con su poder, o una revuelta popular que los derribe del pedestal en el que se han instalado. 

No te creas todo lo que cuentan de sí mismos. La mayor parte son cuentos chinos.

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