Querida rubia,

Para cuando leas esto todo habrá pasado, efectivamente, y confiamos en bebernos el tequila que el niño del Yucatán nos ha traído, pero creo que no, porque no soy mucho de beber tequila y me parece que en casa no hay limón, así que antes de que vengáis me tendré que acercar a comprar, junto con el hielo, el pan rallado para las croquetas de chocolate que haremos con Lorenzo, pero sí tengo vasos de chupito. Te escribo en futuro pasado, en anticipación a lo que es posible que suceda pero no ha sucedido todavía, que es una cosa que, todavía, hasta que la ciencia demuestre lo contrario, tenemos solo el homo sapiens, que, a veces también, de sapiens tiene lo justo para no cagarse encima, pero esa es la esencia de nuestra historia. Por eso, por andar yo justo de neuronas para según qué cosas, mientras te escribo esto, mi madre me va dando pescozones para que prepare la casa, que tiene que estar en perfecto estado de revista antes de que ella se zapee y nos deje a nuestras anchas y te voy escribiendo como quien se mete en la despensa a comer un trozo de chocolate mientras está fregando los platos, a riesgo de recibir otra tanda de pescozones verbales. En fin, ya sabes, cosas de cada uno, y que conste para la posteridad que mi madre es un amor y que la culpa la tengo yo, que soy reo de la última hora. Que podría haber escrito otra cosa ayer, haciendo la impostura de que te escribo hoy, pero no estaría pegado a la realidad y eso creo que nuestro don Ángel Montiel lo aprecia. No se si aprecia tanto el microinfarto que le da en sus merecidas semivacaciones a medida que pasan los minutos, se acerca la hora de cierre y no he entregado la carta, pero ya se pondrá en la cola para darme el merecido rapapolvos.

Porque hablando de horas vamos a no decir que se acaba hasta que se acabe, por favor, aunque nos queden un conjunto de esas horas en las que improvisamos que apenas podremos llamar días. El verano, más que una estación, es un estado de ánimo, al menos en la sociedad de ahora. Vale que no nos llevemos todo el verano a nuestra vida de trabajo y preocupaciones, pero si podemos hacer algo de jardinería con él, quedarnos con la rama más sana y hacer un esqueje en nuestra vida de otoño, de invierno y que dure hasta la primavera para así que nos dé frutos para el año que viene. Al que ponga la maldita canción del Duo Dinámico lo colgaremos. 

Por de pronto nos podemos quitar la rapidez, la inmediatez de las cosas, el tener que llegar para irse porque hay otra cosa que parece urgentísima pero no lo es tanto, al menos hacer eso en nuestra vida personal. Del verano nos podemos llevar los sueños, por ejemplo, lo que queremos ser cuando hemos tenido un momento para reflexionar, cuando nos hemos aburrido porque era necesario y el tiempo se ha pausado para preguntarnos qué somos, qué queremos, hacia dónde vamos y que vamos a hacer con el desastre, que no es tal, de nuestra vida. No todo ello, quizás, de las cosas que te ha murmurado el agua que podrías hacer, en tu excursión fluvial, encuentras la que es posible que puedas, o incluso la que, en principio, imposible.

Quizás en el último minuto de la última hora venga la campana salvadora con la idea brillantísima que nos salve y, en realidad, será lo que hemos trabajado durante todo el tiempo para que así sea pero el triunfo súbito no nos hace ver que ha sido cosa de lo que hemos soñado que somos, precisamente. Y ya te dejo, que si no si que no lo cuento porque mi madre me mata. Y no se lo reprocharé.

Un beso.