Probablemente cuando lea este artículo ya se le habrá erizado el vello al conocer el IPC adelantado de este me de junio. Puede hasta que se haya cerrado las puertas del Cielo, esas que guarda San Pedro (festividad hoy), blasfemando contra lo que ha subido la vida.
Más, si concluye que las nuevas medidas aprobadas y las ya en vigor prolongadas por el Consejo de Ministros del sábado se asemejan a vaciar una piscina olímpica con cucharilla de café.
Seamos serios: contener la inflación supone acercar la manguera donde realmente se están produciendo las llamas y dejar de manotear al aire aventando humareda. Gas natural y petróleo catapultan el resto de bienes de consumo y servicios. Y es ahí donde deberíamos exigir más transparencia y más empatía a los que comercian con estos recursos.
Estamos en nuestro derecho de saber por qué si se fijó un techo en el coste del fluido la tarifa de la luz no baja. Cómo es posible que siendo punteros en generación de renovables como la eólica y la solar, en pleno verano, las plantas de ciclo combinado estén todo gas, nunca mejor dicho. ¡Ah! resulta que Francia compra electricidad, nuestra electricidad dopada a todo lo que da el enchufe transpirenaico.
Y eso que allí, gracias a sus centrales nucleares que generan el 70% del consumo y a que el casi monopolio es estatal se ha fijado un tope de incremento de la luz del 4% durante todo 2022. El montante que se acumule de pérdidas lo irán devolviendo los usuarios en cómodos plazos en años venideros mediante un recargo que se aplicará cuando los mercados se tranquilicen. ¿Estarían las eléctricas en España dispuestas a una acción semejante?
Por qué si tenemos los impuestos más bajos frente a la mayoría de los 27 países de la Unión ahora ocupamos los puestos de cabeza en los precios de los carburantes. Nadie no explica, con sinceridad, por qué repostar en la vecina galia sale más barato que en España cuando la fiscalidad que se aplica allí sobre los hidrocarburos es mucho mayor.
Todo hace sospechar que eléctricas y petroleras, participadas en sus accionariados por bancos a los que entregamos los negocios de unas cajas de ahorros saneadas a costa de todos, lejos de recortar sus ganancias y solidarizarse en estos tiempos, incrementan sus márgenes de explotación y sus beneficios. Como también, a rebufo y utilizando como excusa lo anterior, lo hacen muchos más.
