Más de mil días han pasado desde que estalló la pandemia del Covid. Alguien al inicio me dijo, en supersecreto que habían evaluado la situación y que calculaban que habría más de ochenta mil muertos, sólo en España. Nos quedamos helados. El baile de datos, el descontrol, y todo lo que vino después, en modo plagas de Egipto, no nos permite saber si incluso aquellas previsiones horrorosas se quedaron cortas, pero en cualquier caso sí hemos podido ver, los que quedamos, que hemos vivido una catástrofe de dimensiones bíblicas.

Y, sin embargo, dos años más tarde, libertad al fin. Vuelven las procesiones, el Bando, las barracas… La vida en la calle. 

Las túnicas de nazareno, guardadas desde 2019, este año han vuelto a salir. No me lo podía creer cuando las saqué del altillo. El generoso bajo que les dejó Loli metido, para sacarle conforme mis hijas fueran creciendo, es testigo del tiempo que han pasado esas túnicas recogidas, esperando. Casi medio metro había que sacarle a Cristina. Y estaban guardadas con todo lo del Bando. Otra que te pego. Por suerte lo guardé todo ordenado, quién me lo iba a decir. Todo ha salido más pequeño de lo que recordaba, en particular los zaragüeles de Antonio, que están nuevos pero pequeños, de hecho, si los quieres te los doy. Qué pena da verlos impecables, sin usar todo este tiempo. Con las niñas no he tenido ese problema. Nos hemos repartido corpiños, medias, esparteñas, y hemos vaciado la bolsa de pendientes de huertana y de cruces, y yo creo que vamos a quedar bastante apañadas. Las flores que le he pedido a Versia, la nueva floristería de Cabezo de Torres, (por cierto, no sabes a qué precios tan buenos), van a completar el atuendo huertano. 

Esa ansiada libertad que yo siento debe de ser la misma del resto de los murcianos. En qué nos vimos para encontrar un sitio donde ver la procesión del Lunes Santo. Ni un alfiler cabía por las calles del centro. Habíamos quedado con las primas, que iban también callejeando, y al final pudimos verla. Qué preciosidad de pasos. Qué figuras más bonitas. Verte con conocidos que van portando un paso, que te hacen llegar caramelos a través de las sillas que tienes delante, en ese hermanamiento tan murciano, es de las cosas que no tienen precio.

Poder disfrutar de esta libertad, después del confinamiento, de los contagios, de las mascarillas y de la madre que parió a la pandemia, hace que la valoremos como si fuera el fin de la guerra.

La abuela María, el tío Carlos y el tío Fernando, Javier el peluquero, y tantas personas que se ha llevado el Covid se merecen que seamos prudentes, que cuidemos de nuestra añorada libertad, a ver si pudiera ser que, de verdad, volvamos a empezar.