Según la ONU, la educación es un derecho del ser humano, ya que proporciona «las capacidades y conocimientos críticos necesarios para convertirnos en ciudadanos empoderados, capaces de adaptarse al cambio y contribuir a la sociedad». Y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, elaborada por representantes de todos los países del mundo, que fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, se reconoce la educación como uno de los cinco derechos culturales básicos, porque como decía Nelson Mandela, «la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo».

Pero Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid vive en un mundo tan perfecto (ya saben, en Madrid puedes salir de cervezas sin peligro de encontrarte con tu ex), que no necesita cambiarlo, y por supuesto, menos necesita que lo cambien los demás con su capacidad de reflexión que solo puede dar la educación. No vaya a ser que la reflexión les lleve por el camino de encontrar otras razones para vivir en Madrid que no sean las apuntadas por esta política tan peculiar. Pero creo que estamos tan acostumbrados a las ocurrencias que, un día sí y otro también, va soltando la presidenta de Madrid sobre los más diversos temas que ya dejamos de reaccionar hasta cuando desbarra sobre la no gratuidad de la educación pública diciendo cosas como que el Gobierno regional no puede «regalarle a todo el mundo la educación» porque «no es sostenible» para el sistema. Y es que, según ella, con esa simpleza que caracteriza su discurso, la educación pública, al parecer, es un regalo que no se puede permitir: «A mí me gustaría que la educación fuera gratuita para todo el mundo, pero si el 50% del presupuesto va a sanidad y el otro 50% va a educación, díganme, ¿cómo va la gente al trabajo, cómo se desplaza, cómo se recogen las basuras, qué hacemos con las residencias?».

Sí, todo esto se preguntaba esta política, que viene de una familia de clase media acomodada (suponemos que sin problemas para comprar libros y pagar matrículas) y que hace alarde, cada vez que habla, de un distanciamiento de la realidad que le rodea difícil de entender, así es que no creo que conozca que, por ejemplo, toda la educación en Islandia es gratuita. Sí, un país con poco más de 366.000 habitantes (Madrid tiene más de tres millones de habitantes) cuenta con un sistema de educación pública de los más respetados del mundo, gracias a su cobertura y alto nivel de formación, porque aunque sea difícil de entender para la señora Ayuso, casi el 100% de la población está alfabetizada.

Ciertamente, alguno de ustedes podrá pensar que estoy comparando esa autonomía con un país, por muy pequeño que éste sea. En absoluto, lo que intento es hacer una reflexión sobre el desprecio que la señora Ayuso siente hacia la educación y el sentido común del que siempre hicieron gala los responsables políticos islandeses en este tema. Claro que la señora Ayuso dispuso de un muy buen ejemplo si tenemos en cuenta que fue en abril de 2012, empujado por la crisis económica, es cierto, cuando el Gobierno del PP de entonces, presidido por Mariano Rajoy, decidía recortar en 10.000 millones las partidas presupuestarias en sanidad y educación, o lo que es igual, 7.000 y 3.000 millones respectivamente. Y aquella decisión marcó la evolución del gasto en estas dos áreas que nos ha ido alejando del resto de Europa, y que ya es hora de que solucione.

Alguien dijo que uno de los principales objetivos de la educación debe ser ampliar las ventanas por las cuales vemos el mundo, pero algunos políticos parecen albergar un cierto tipo de temor a que los ciudadanos sean capaces de avistar ese mundo que solo procura la educación.