Maribel Verdú dijo en una entrevista hace unas pocas semanas que «nacer mujer, gay o negro ha sido y será una desgracia». Ignoro su orientación sexual y no me importa lo más mínimo, pero a menos que Irene Montero me multe por presuponer su género sin que ella se pronuncie al respecto entiendo que éste coincide con sus genitales y, por tanto, es una mujer.

Una ex-alguien venida a menos porque la industria le ha pasado por encima se sube al carro del feminismo, lo LGTBIQ+ y el racismo para poder llamar la atención de los que necesitan considerarse víctimas de una realidad que no existe para darle un poco de emoción a sus fútiles existencias. Maribel Verdú fue una actriz muy importante en España por protagonizar papeles en los que era una madre de familia normal y otros en los que sus cintas no han sido catalogadas como pornográficas porque en los 80-90 en esta gran nación aún quedaba un poquito de libertad.

El de Maribel Verdú seguro que ha sido el primer cuerpo desnudo femenino que ha visto más de una generación, y eso está fenomenal: es actriz, el papel que ejercía lo requería tanto como el de sus coprotagonistas hombres y nadie ha pensado por ello que sea indigna, amoral o se infravaloren sus capacidades como profesional. A pesar de haber salido sin media tela de ropa en numerosas películas, cuando cualquiera piensa en ella tiende a recordar su actuación, su cara, o al personaje que más le haya marcado; pero desde luego nunca el uso mercantilista de su cuerpo al que ella alude como una tortura a pesar de que se forrara con ello sin demasiados dilemas morales cuando aún había alguien dispuesto a pagarle la cantidad que ella cree que merece por oprimirse en pantalla a pesar de sus fuertes convicciones feministas.

Ser mujer es un problemón para muchas cosas reales, como por ejemplo para ser madre en pleno desarrollo de tu carrera profesional o para poder conciliar en igualdad de condiciones con el padre de la criatura. Situaciones con una carga de profundidad infinitamente mayor que decir todos y todas en los discursos, que pedir cuotas hasta para las juntas directivas de asociaciones de petanca o que pintarse la cara de morado el 8-M mientras se brama por una igualdad que no tantos (ni tantas) tienen claro en qué se materializa de verdad.

La infinita exageración de artistas y demás panfletarios de la izquierda acerca de la realidad que vivimos las mujeres en España es una ofensa para todas, pues ni somos víctimas, ni necesitamos cuotas para que se nos valore ni mucho menos necesitamos aliados dentro del colectivo masculino para que con una condescendencia vomitiva se nos diga que si hacemos los cursos podemitas adecuados podremos empoderarnos tanto como ellos.

Ser mujer es una condición producto del azar que conlleva ventajas e inconvenientes, pero que sobre todo en el siglo XXI no implica absolutamente nada más que una cuestión biológica que en nada debería afectar a nuestro desarrollo personal o profesional.

No sé si haber nacido chica es una bendición, pero de lo que estoy segura es que, al contrario de lo que dice creer Maribel Verdú, desde luego no es una desgracia. Que esa izquierda que dice defendernos se preocupe más por que podamos ser madres cuando queramos que por bramar a diario contra un enemigo que no tenemos en un mundo en el que no vivimos.

Ya está bien de utilizar a la mujer como un reclamo ideológico publicitario. Somos más que eso. Aunque siempre, a pesar de ellos.