En la naturaleza cristiana, los hombres (y mujeres, y no binarios) nacemos con el pecado original. Simplificando la historia, los primeros pobladores de la tierra sucumbieron a la tentación, mordieron una manzana y el resto de la metáfora ya la purgamos cada día como descendientes de aquellos.

Es curioso cómo todo se repite de manera cíclica, y particularmente entre aquellos que se niegan a aceptarlo. En España, al contrario que en otros países, nuestra izquierda es tradicionalmente cristianófoba. 

Cero problemas con la religión cuando cambiamos el nombre de Dios por el de Alá, que entonces se convierte en moderno y alternativo, pero toda clase de insidias si aparece una cruz en un espacio público no vaya a ser que alguien se ofenda porque en un país de tradición católica haya símbolos católicos. El socialismo y el comunismo español detesta la Biblia, pero se empeña en repetir su patrón de una forma que casi cualquiera convertiría en blasfemia.

Yo tengo 28 años recién cumplidos, lo que quiere decir que nací 18 años después de la muerte de Franco. A los efectos de mi memoria, me es tan cercano él como Fernando VII, o incluso probablemente más este último porque en el Museo del Prado uno lo ve casi cada día si tiene oportunidad de acercarse. A pesar de ello, cuando alguien de mi generación tiene la más mínima idea a la derecha del PSOE, aunque haya nacido en los 90, debe soportar toda clase de insultos entre los que, por supuesto, el más frecuente es la acusación de franquista.

Y es que, para esa izquierda atea e irreverente, los fachas tenemos el mismo pecado original que los católicos, con la diferencia de que la Iglesia lo purga con el bautismo y los de derechas moriremos mereciendo una flagelación constante por ser herederos de vaya usted a saber quién. Esos mismos que no soportan ver una cruz por si se les pegara algo de los valores inherentes a la Iglesia (a saber, respeto, bondad, ayudar al prójimo, etc.) asumen sus patrones como dogmas de fe en los que ni siquiera admiten el perdón, porque ellos son más del Antiguo Testamento en el que si uno es malo (y ser de derechas convierte a cualquiera en pésimo) merece castigo para el resto de la eternidad.

Pero si el pecado original franquista está en primera línea, los infinitos mandamientos de la progresía patria ya son para reír con la lagrimilla puesta por si acaso nos pasamos pronto a esto de llorar, que parece más apropiado visto el percal. Cuestionar cualquier relato feminista, ecologista, igualitario o liberticida conlleva de manera automática el exilio moral y social, lo que en milenial se denomina la cultura de la cancelación. 

Es infinitamente más severo el castigo de la iglesia progre contra los postulados de su credo que la Iglesia católica contra los pecados del suyo, que al menos en este caso se pueden redimir sin que a uno le conviertan en trending topic y Ferreras te haga un especial de La Sexta.

Total, amigos que no sean de izquierdas, que sepan ustedes que van a morir siendo franquistas, fascistas, machistas, contaminadores y opresores. Y como nadie que entienda mínimamente de qué va la vida dejaría de ser de derechas, ni siquiera tienen esperanza.

Sólo queda la resistencia, la resignación, el voto y, ante todo, el cachondeo. Que no se diga que nos quitan la sonrisa. Amén.