Lo malo de un proceso de independencia unilateral, sea un divorcio matrimonial o un Brexit, es que provoca heridas, y las heridas tienden a infectarse y producir ese líquido de color amarillento y de olor tan desagradable que llamamos pus. Si alguien cree que, por ejemplo, la independencia de Cataluña o el País Vasco, incluso pactada, conduciría a un estado idílico de convivencia con España, está muy equivocado. El nacionalismo fomenta las pasiones tribales y estas no se adormecen con facilidad. Después de resuelto el ´conflicto' (ETA dixit) que conduciría a la independencia, vendrían otros conflictos por quítame allá esas pajas. El odio a la nación vecina, cuando ha florecido como una mala hierba en un montón de mierda, es difícil de erradicar. Véase como ejemplo la animadversión residual de los portugueses frente a los españoles. Pueden haber pasado más de seiscientos años de Aljubarrota, pero sigue ahí, en una curiosa mezcla de admiración envidiosa y desprecio simultáneo a todo lo que venga de España.

repetido miles de veces por el artero Boris Jhonson ( que al referirse a la Unión Europea habla siempre de nuestros aliados y amigos) el Brexit ha dejado profundas heridas que necesitarán generaciones enteras para cicatrizar. Y aunque a los europeos nos gustaría que el Reino Unido volviera al redil, el alejamiento progresivo y el enfrentamiento final entre el RU y la UE está, por desgracia, más que asegurado. Lo estamos viendo ya en varios frentes a un mes escaso del inicio formal de su independencia (así la calificaron más de una vez los partidarios del Brexit). Está pasando en el sector británico de la pesca, cuyas exigencias estuvieron a punto de hacer fracasar el acuerdo de mínimos que se consiguió a última hora para evitar la catástrofe de un no acuerdo. No solo los cuatro gatos que se dedican a la pesca en Gran Bretaña (el sector tiene un tamaño ridículo, básicamente está controlado por capital europeo y el negocio entero depende de las compras del Continente) se han quejado amargamente de la parte que les ha correspondido en el acuerdo final, sino que ahora se ven obligados a descargar en Dinamarca las capturas para evitar que el papeleo para atravesar la frontera con Francia e Irlanda haga que el marisco se les pudra. O sea, putas y apaleadas. Esa es la venganza de los franceses, que se la tenían jurada a los pequeños y reivindicativos pescadores ingleses.

Pero la máxima expresión hasta el momento de que el Reino Unido transpira por las heridas (autoinfligidas) del Brexit, es su negativa a reconocer el estatus diplomático al embajador y al personal de la embajada de la UE en las Islas Británicas, en un gesto que ha sido calificado por The Guardian como infantil. Resulta que, cuando el Reino Unido estaba en la UE, fue el máximo impulsor de que sus representaciones en países extranjeros tuvieran rango diplomático, lo que garantizaba privilegios como considerar el territorio de las embajadas inviolable y dotar de inmunidad al personal acreditado. Ese estatus está reconocido por los 142 países en los que la UE tienen embajadas pero no, al parecer, en el nuevo Reino Unido ´independiente'. Su ministro de Exteriores alega que, por la misma razón, deberían otorgar rango diplomático a cualquier organismo internacional, como el caso de una ONG extranjera. Considerar a estas alturas la Unión Europea como un mero organismo internacional y no una Confederación de Estados en toda regla no deja de ser una pataleta del ultranacionalismo británico encabezada por esa versión del ´baby' Trump, que es el ´childish Jhonson¡. Una pataleta con escaso recorrido, eso sí. Ante la misma postura de Trump, la UE reaccionó amenazando con rebajar el estatus del embajador y la embajada de Estados Unidos en Bruselas. Fueron las presiones del embajador americano (gran contribuyente a la campaña del presidente de turno, como suele ser habitual) lo que hizo revertir la medida y restablecer el reconocimiento mutuo en menos de un año. Pero esa parece ser de momento la venganza británica.

como el derecho a la salud en el Co ntinente y en el Reino Unido, es el asunto de las vacunas de AstraZeneca y las implicaciones que ello puede acarrear. Porque, por ejemplo, la amenaza de cortar las exportaciones de la vacunas fabricadas en sus dos plantas europeas se concretaron en un amago de bloqueo a la salida de vacunas a Irlanda del Norte desde Irlanda. Amenaza que se ha revertido de momento ante el temor de males mayores.

Los mariscos, el estatus diplomático y las vacunas no dejan de ser tres episodios concretos que tendrán solución en un plazo más corto que largo, porque ambas partes tienen mucho interés en solucionarlos, sobre todo la británica. Pero no hay que descartar que el conflicto se enrarezca y que los enfrentamientos se acentúen. El chauvinismo británico y la prensa amarilla que condujeron a una decisión tan irracional como el Brexit, siguen presentes y, lamentablemente, se avivan a la más mínima. Solo hay que ver los titulares de la prensa con el tema de las vacunas de Astrazeneca convertidas en un nuevo Trafalgar, con la Armada invencible en forma de Comisión Europea nuevamente derrotada por la astucia y competencia británica.

Es muy triste comprobar (yo soy un anglófilo irredento, y mis nietos son británicos) lo patético que resultan los desaires del Gobierno de las Islas frente a un poder suave pero inmensamente mayor como la Unión Europea y sus veintisiete países miembros. Ante un tamaño tan abrumador, es lógico que Boris Jhonson quisiera que la UE deviniera en una ONU a menor escala y sin poder real. Es cierto que la UE aparece a veces como un Frankestein al que se notan mucho las costuras. Lo que los británicos no acaban de entender, más bien no quieren entender, es que no tienen enfrente a países divididos y enfrentados como la Alemania y la Francia de las dos grandes guerras, cuya balanza de poder ellos estarían en condiciones de reequilibrar con el respaldo de los ejércitos de la Commonwealth y su primo de zumusol Estados Unidos.

A lo que se enfrentan es a un Continente unificado por los intereses del Mercado Único y la Unión Aduanera, dirigido por la inteligencia y sobriedad germánica con el acuerdo del resto, y respaldado militarmente por una Francia nuclear y dispuesta a intervenir en favor de cualquier país europeo frente a sus enemigos exteriores, como en el caso del conflicto entre Grecia y Chipre frente a Turquía.

Frente a esto, Reino Unido aparece cada vez más irrelevante (la derrota de Trump y el ascenso de un presidente de ancestros irlandeses es un golpe al hígado del nacionalista inglés Boris Jhonson) y con la amenaza de una Escocia que aspira a la independencia para poder reunirse con sus amigos y socios europeos, que en esto caso lo serían de verdad y no fruto de una expresión manida significa lo contrario en boca de nacionalistas ingleses. Esa sería la venganza definitiva de la UE por el Brexit. Y, ojo, porque está cada día más cerca.