No es nada nuevo. Llevamos años de hecho, escuchando que la derecha debe dar la batalla de las ideas. Ahora se ha puesto de moda el anglicismo ‘guerra cultural’, que viene de las culture wars estadounidenses en torno a distintas cuestiones que enfrentan normalmente a dos bloques ideológicos que debaten apasionadamente sobre varios temas. En España, hasta hace unos años, disfrutábamos de una cierta tranquilidad en este sentido porque nuestras bases como comunidad política estaban claras y nadie las ponía aparentemente en riesgo. Pero en 2004 llegó Zapatero a La Moncloa y no quedó nada en pie: memoria histórica, revanchismo guerracivilista, aborto a la carta, ideología de género, control de medios, asignaturas de adoctrinamiento escolar… José Luis, contigo empezó todo.

Desde entonces, la visión dominante sobre esos temas, al menos en lo que se refiere a la opinión publicada, es la que defiende la izquierda. La derecha, o mejor dicho, la mayoría de los políticos de centro y derecha, han decidido que era mejor no entrar en esas discusiones, que la gente quiere gestores y que lo único importante es la economía. Un terreno donde la derecha de abogados del Estado e inspectores de Hacienda es, dicen ellos, incontestable.

Quienes piensan así se equivocan. Y no poco. Es más que evidente que hay una parte del arco parlamentario, apoyada por un nada desdeñable sector de la sociedad, que da por rotos o invalidados los consensos sociales y políticos que nacieron con la Transición. La nueva concepción política va acompañada de una nueva visión de la vida, de las interacciones sociales, del mundo mismo. En esa nueva cosmovisión, la legitimidad política del rey Felipe VI se cuestiona, por inconcebible que parezca, a la par que el sexo biológico que no es más, dicen, que fruto de un consenso y no de la biología, y que por tanto es, no solo susceptible, sino posible y necesario sustituir. República, ideología queer, adoctrinamiento, control de las libertades, revisionismo histórico y ruptura de la nación son las esencias de un nuevo régimen que, aunque haya a quien le parezca que no pasa de las mentes calenturientas de algunos y de sus cuentas en Twitter, empieza a filtrarse ya en el Consejo de Ministros y en no pocos Parlamentos regionales.

Es cierto que estas ideas encuentran contestación en la calle en una parte de la derecha, pero necesitan un altavoz político. Renunciar a la guerra cultural, negarse a dar la batalla desde una trinchera, supone convertirla en una mera invasión de los principios liberales y conservadores por parte de la izquierda que, sin duda, aplicará con ellos la política de tierra quemada. Es evidente que estamos en una época en la que vamos a construir los consensos sociales para las próximas décadas y no podemos dejar esa labor exclusivamente en manos de socialistas y comunistas. La forma en que los ciudadanos conciban sus relaciones con el Estado, el modelo educativo, la libertad del individuo, la propiedad privada, el nivel de intervención estatal en la economía o la libertad de expresión van a determinar esa zona de consenso de la que la sociedad esperará que no se alejen demasiado los futuros Gobiernos.

Así, quienes creen que todo es gestión, deberían también estar preocupados, porque el concepto, los límites y los ejes maestros de la gestión pública de mañana estarán determinados por el marco cultural y de valores que acordemos hoy. Esa supuesta masa de electores de izquierdas que votaba a la derecha cuando las cosas se torcían, a la que los gurús de la demoscopia llaman centro sociológico, no volverá su mirada hacia los partidos de derechas, porque los entenderán alejados de los estándares de lo que se espera de un gobierno. Ya empieza a ser común, sobre todo en la gente más joven, eso de «si estamos así con la izquierda, no quiero pensar en cómo estaríamos con la derecha». La llegada a Aznar al Gobierno en 1996 fue posible gracias a los jóvenes. Convendría no olvidarlo.

La derecha liberal tiene la obligación de hacer frente a la oligofrenia ideológica de la izquierda radical instalada en el Gobierno. No debe permitir que sea ningún salvapatrias el que, por incomparecencia de esa derecha ilustrada, acabe abanderando la alternativa contra este nuevo frente socialcomunista. Esta batalla de las ideas no se debe librar a lomos del caballo de Don Pelayo, sino desde las tribunas parlamentarias y los salones de plenos, desde los medios de comunicación, las asociaciones, los centros de pensamiento y las universidades. Y no con el fin de avasallar ni hacer hegemónico el espacio de las ideas, como pretende la extrema izquierda, sino para conquistarlo para la razón y, desde ella, reconstruir ciertos consensos y levantar los nuevos.

Si alguien piensa que dejar esta tarea en manos de la izquierda parlamentaria actual no supone un problema para la supervivencia de la derecha, es que no ha entendido nada. Lo ha dicho Pablo Iglesias: «Ustedes nunca volverán al Consejo de Ministros». Las palabras de este tipo no fueron una amenaza, sino un mero anuncio, un pronóstico si se quiere, de cómo sucederá todo si sus planes salen como él y el doctor Sánchez esperan.