Si alguien preguntara qué es la BBC, seguro que habrá otros muchos que contesten que es el archifamoso y conocidísimo canal británico de comunicación, pero yo, y alguno que otro más, quizá, contestaremos que hay otra BBC no menos glamourosa, además de santapostólica y romana. Y es que la BBC también son las siglas de Bodas-Bautizos-Comuniones, el poderoso tridente en que se basa la economía de la apariencia, de lo superficial y de lo vanidoso.

Siempre habrá algún insigne y respetable que aducirá que, bueno, pero también son sacramentos de la muy ilustre y santa Iglesia. Y es verdad. Cierto. Pero los sacramentos son dogmas más que menos inventados y traídos por los pelos y homologados de un cristianismo que ya casi no ejerce de cristiano en un catolicismo rampante y campante. Y aquí se plantea la siguiente cuestión: ¿justifica el sacramento tales escandalosos dispendios y tales ferias de las vanidades? Yo creo que no. ¿Acaso es eso el auténtico sentido del sacramento? Yo creo que tampoco. ¿Se utilizan tales sacramentos como excusa para montarse disparatados pifostios que son incluso antievangélicos? Yo estoy convencido de que sí. Entonces, ¿por qué los dispensadores de tales sagrados principios toleran y admiten tamaños circos? Porque les conviene, aun sabiendo que es una vulgar farsa.

Si buscamos en sus raíces históricas, el sacramentum era como llamaban los legionarios romanos al acto de prometer fidelidad al labarum. Era toda una jura de bandera. Sacra-Mentum, significa literalmente palabra sagrada, palabra de honor, palabra empeñada€ Luego, vino la Iglesia y se apoyó en el término, como en tantas otras cosas, para montarse sus propias juras de bandera. Hasta ahí, vale. Lo que pasa es que hay determinados sacramentos, la BBC mismamente, en los que no se rinde culto más que a la más desaforada parafernalia, prostituyendo el espíritu de tales sacramentos, si es que alguna vez lo tuvieron.

Fíjense, por ejemplo, cualquier boda de cualquier famoso o famosa, a las que se intenta imitar cada vez más los que dícense normales. Vemos a los varones de cuasi estricta etiqueta y a las mujeres imitando a las pavas de pasarela, cambiándose vestidos y arreos cada media hora, subiéndose a espingardas de vértigo, bajo una especie de carpas (versus pamelas) suspendidas de sus muy requetepeinadas pero vacías cabezas, que te dejan con la boca abierta y las entendederas cerradas. No son mujeres, son cosas que andan. La fiesta, el banquete, todo, ha de ser épico, preñado de excesos y exageraciones, si no, no es de buen tono. El reportaje fotovideográfico ha de ser apabullante, principesco, lleno de caritas, posturitas e imitadas falsedades. Nada natural, nada auténtico. Y si se puede mercar una boda en Swazilandia por el ritu zulú, que le hace mucha ´ilu´ a la chorba, pues se hace, pues eso de la cosa esa de la fe, realmente es lo de menos, y lo de más el marcarse una buena y epatante celebración. La boda anormal es lo que va siendo lo normal en una boda.

Pero es que las comuniones y los bautizos cada vez andan más por los mismos caminos. Se ponen como excusa al nene o a la nena a la hora de montarse los cada vez más lustrosos y apabullantes cirios, y nos empeñamos como ceporros para poder pagar unos fastos que solo buscan epatar y sacar la barriga. Esta es la verdad, porque la mentira es eso del sacramento€ Entonces, ¿por qué no se deja a un lado lo que no corresponde, y no se mezcla lo que es de espíritu y naturaleza opuesta? ¿Y por qué la Iglesia calla, y transige, y acoge todas estas farsas más idólatras que deólatras? Posserá, digo yo, porque todo, en el fondo, es farsa.

A mí, personalmente, no me molesta que haya gente que saque las cosas de quicio. Cada cual es libre de hacer hasta lo que no puede, si así lo quiere. Tampoco me ofende, aunque sea una ofensa para la sociedad y el mundo que nos ha tocado vivir o sufrir. Ni siquiera debe importarme. Pero sí me llama la atención, y mucho, que usemos, utilicemos y abusemos de unos principios que, en su origen, fueron respetables y comunicaron todo lo contrario y opuesto a lo que hoy lucimos, un poco orgiásticamente y un todo desvergonzadamente. Hubo quienes dieron su vida por tales principios, que hoy revestimos de burla. Así que sí, los seguidores de tal religión piden, exigen, respeto para sus creencias, pero, ¿qué respeto puede haber en las sangrantes incoherencias que practican, avalan y consienten? Lo coherente es respetable, pero lo que no es respetuoso ni siquiera consigo mismo, nunca, jamás, puede llegar a ser respetable.