Tal vez la palabra apología la asociemos a la expresión de ‘apología del terrorismo’ que está recogida en el Código Penal. Es una palabra que tiene vigencia, porque este sistema neoliberal que se siente triunfante y rebosante de sus éxitos ha basado su instalación en nuestra sociedad a través de diversas apologías, todas ellas convergentes contra la humanidad y en defensa de los acaudalados, del máximo beneficio sin ética y con estrategias de crueldad.

Apología de la posesión. No se vive por lo bueno que hacemos, sino que se contabiliza todo lo que tenemos y poseemos. No importan los valores, los principios, sólo lo que es nuestro por encima de los demás y ese encima de los demás nos da el poder. Llenamos nuestro sentido de la vida de cosas, de propiedades, de presunciones de nuestro capital y cunando esto nos falla, nos hundimos, nuestra vida se trunca y deja de tener sentido. Eso han hecho con nosotros: primero nos han dado nivel de vida y después nos lo han robado, sabiendo que así la gente quedaría en un estado de shock que le impediría reaccionar y movilizarse.

Apología de la desesperanza. El sistema se basa en lograr que la gente, la ciudadanía, los activistas sociales pierdan la esperanza de cualquier cambio, de ese otro mundo posible, necesario e imprescindible. Si no hay esperanza no hay lucha, no hay futuro, no hay un horizonte nuevo y humanizador. Por eso, el sistema se basa en resistir las movilizaciones una y otra vez hasta que la gente arroje la toalla, hasta que digamos que no se puede hacer nada y nos peleemos entre nosotros. En este país, incluida Murcia, hace unos años llegaron a contabilizarse tres manifestaciones por día. Ahora hay muy pocas. ¿Por qué hay menos movilizaciones? Porque hemos perdido la esperanza, esa esperanza que nos permitía esperar construyendo ese mundo que anhelamos en que no haya nadie que quede excluido.

Apología del descarte. Es una expresión de Francisco y que Eduardo Galeano traduciría por ‘los nadie’; otros diríamos ‘los nada’. Se defiende que siempre tiene que haber gente descartada, en la pobreza, en la marginación, en la exclusión, gente que no tiene ningún valor, a la que no hay que atender. Esto lo vivimos desde hace años; existía el 80% de la población en pobreza y el 20% en situación de bienestar. Ahora cada vez estamos más cerca de que el 99% de la población se encuentre en el umbral de pobreza, frente el 1% de la élite económica y social. ¿Por qué los descartados no se unen?

Apología de la derrota. «No se puede hacer nada». Frase que repetimos una y otra vez. Cualquier intento significa la derrota. Decimos: «Luchar ¿para qué? Si al final van a hacer lo que quieran...». Hemos asumido la derrota y, por tanto, aceptamos la rendición y sólo esperamos que la vida no nos trate muy mal.

Apología de los cuatro días. La vida son cuatro días, por tanto, disfrutémosla lo mejor posible y no perdamos el tiempo en nada que no suponga el placer y la diversión. Decimos: «Come, bebe… que la vida es breve». Todo lo demás supone complicarse la vida. En este concepto, utilizamos el usar y tirar, incluidas las personas, porque no hay nada consistente, porque son cuatro días.

Apología del no pensar, del no sentir. Nos enseña a no pensar por nosotros mismos, a no sentir con nuestro corazón, con nuestros sentimientos. Somos fotocopias con pequeñas variaciones. No queremos pensar, no queremos reflexionar sobre la realidad y el por qué de las causas de lo que ocurre. Aceptamos la hipocresía social bajo la amenaza del qué pensarán y del qué dirán. Nos han arrebatado nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Sustituimos éstos por los ruidos, los programas evasivos y manteniéndonos dentro de las barreras de las normas sociales.

Apología de las armas. Vivimos en la sociedad donde las armas se imponen a las palabras, a los argumentos, a los fundamentos éticos, a comportamientos nobles. Quien tienen las armas impone su voluntad y sus argumentos, aunque éstos sean una disparate. ¿Quién gobierna? Quien tiene el mejor arsenal, no el que tiene un gran corazón o el que da sentido a la vida desde la paz, el encuentro, la justicia y la libertad. La pistola se impone a la palabra.

Apología del miedo. El miedo hace que nosotros dejemos de hacer y expresar lo que somos por temor a las represalias, a que las amenazas se hagan realidad. El miedo hace que nos encerremos en nosotros mismos, creando rejas basadas en la propia autocensura. El miedo nos impide entrar en conflictos con todos aquellos que están mercantilizando nuestro mundo a un gran ritmo. El miedo hace que renunciemos a nuestra libertad y respondamos con resignación y obediencia. El miedo hace que nos conformemos con las migajas y que entremos en lucha contra nuestros iguales y, a veces, pobres contra pobres, obreros contra obreros.

Apología de la pseudorealidad. Nos ofrecen una realidad que no existe. Un ejemplo: tenemos la impresión de que ya no hay desahucios; en cambio, se han mantenido y han aumentado las demandas por hipoteca, datos oficiales ofrecidos por el Consejo del Poder Judicial. Se trata de que veamos y creamos en una realidad que no existe. Nos hablan de recuperación, cuando se está consolidando la pobreza; nos hablan de trabajo cuando se está consolidando el paro y la precariedad y la eventualidad; nos hablan de solidaridad cuando cada vez hay menos prestaciones sociales. Nos hablan de paz cuando se fomentan las guerras. Nos hablan de justicia cuando se promueve la avaricia de unos cuantos y se les protege. Se habla de democracia formal cuando son los mercaderes a través de los mercados los que imponen su voluntad económica y política.

Es una apología a la contra, contra la humanidad, que hemos aceptado, aunque hay un germen en nuestro ser que pueda llegar a despertar y creo que llegarán porque el ser humano tiene esa capacidad de luchar por un horizonte subversivo. Es mi esperanza y creo firmemente en ella. Mientras tanto, tenemos que seguir resistiendo.