Por más que nos esforcemos, a veces los habladores silvestres no podemos entender los caprichos de los bienhablados, como pasa con lo referido a la persona apocada, de corto ingenio o simplemente chocha. Pues bien, a los finodos, un tanto desconsiderados y burlones, les parece bien llamarle ñono, con una onomatopeya que suena como si le estuvieran escarneciendo; y el diccionario académico bien que lo registra. Pero hete aquí que, bautizado el ñoño, llamaron ñoñez o ñoñería a la acción o dicho propio de una persona ñoña; pero se olvidaron de todo punto de describir la realización de esa acción. Porque para que el ñoño haya hecho una ñoñez o una ñoñería, necesita actuar, entregarse a la actividad propia de su condición. Y ahí al quite estábamos, como siempre, los de la parla informal para dar cuenta de lo obvio: lo que hace el ñoño es ñoñear, es decir, demostrar apocamiento, falta de coraje o de energía física, sea en sus acciones o en su hablar encortado y quejumbroso. Sépanlo ustedes, ahora que ya no está bien llamar ñoño al que lo es ni, mucho menos, decir que ñoñea.