Las réplicas en torno a Ossa de Montiel han sido múltiples a lo largo de la semana. Los primeros temblores se produjeron en la tarde del 23F, lunes como el de Merimée, y a la misma hora aproximadamente en que el comando azotó el Congreso en el 81. El terremoto de hoy en día ha quedado en nada „esperemos„, pero ha servido para recordar que nunca estamos a salvo de convulsiones como no lo estuvo la Transición, tan baqueteada últimamente. De cualquier modo Pablo Iglesias ha protagonizado tal giro que no sería de extrañar que ahora proclamara la santificación de la época.

Las réplicas a las intervenciones de Rajoy tampoco han cesado y lo que te rondaré morena. Susana Díaz no tardó ni esto en aprovechar la devoción del inquilino de la Moncloa por hincar el diente en los meandros del Guadalquivir para proclamar el desprecio de éste hacia las tierras del sur, mientras que interinos, estudiantes y hasta taxistas evidenciaron lo contento que andan con el satélite. Al presidente del Gobierno no se le ocurrió decirle a nadie desde la tribuna que no volviera más por allí. Hubiera sido reincidente. Al revés que el seísmo producido en la corteza terrestre, todas estas sacudidas fuera de tono con epicentro en el hemiciclo deben venir provocadas por el canguelo. No tiene otra explicación.

Ni Mariano parecía el ser de otro mundo al que le da igual ocho que ochenta ni Sánchez dio la impresión de llevar dentro un tipo tan frágil como el que han dejado entrever en su propio partido desde que tomó el aparato. Es más, a pesar de no encontrar hueco para contarnos qué quiere hacer con la situación que padecemos y por dónde tiraría, es posible que haya pasado el examen de Gabilondo por muy metafísico que éste se ponga.

¡Ah! Celia Villalobos, bien, gracias.