Publicada en 1615, este año se cumplen cuatro siglos de la segunda parte de Don Quijote, el libro más traducido de la historia, después de la Biblia. En el prólogo de este volumen se avisa de la falsa continuación, apócrifa y firmada un año antes, por un tal Avellaneda. «Castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya», dice Cervantes de él. Y recomienza la obra: «Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia... «. Setenta y dos capítulos de un Quijote triste y desengañado, que ganará batallas y vencerá al Caballero de los Leones, dará toda una lección a los duques aragoneses y llegará a Barcelona donde sucumbirá con el Caballero de la Blanca Luna, por lo que volverá a su pueblo con aquel juicio que perseguía la gente, aquella cordura que era de la misma hipocresía y falsedad de siempre, del mismo sometimiento, como el caballero que había sido, Alonso Quijano, el Bueno.

Se hablará mucho durante este año de la continuación de aquella transgresión literaria de Cervantes convertidas sus dos partes en el conjunto de la primera novela moderna que conocemos. Ejemplo de utopía, libertad y justicia, símbolo universal de los ideales y los valores humanos más inquebrantables, El Quijote es un personaje eterno en la literatura, en el cine, en la música, en la pintura, en la vida. Sancho Panza lo dice: «No tiene nada de bellaco; antes tiene una alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga».

Y es que esa andadura de Don Quite es el viaje de una «misión sublime», como diría Joseph Conrad: «Sería apaleado, y con el tiempo hasta encerrado en jaula de madera por el Barbero y el Cura, apropiados ministros de un orden social justamente soliviantado». Esta es la enseñanza del Quijote, parodia, paradoja, ironía y vida, porque «por más que el aspa le voltee / y España le derrote / y cornee. / poderoso caballero / es Don Quijote», confirma Blas de Otero. Porque es la España de los poderes, cura y barbero, la que nos enseña también ahora que existe la utopía como filosofía para enfrentarse a la realidad de un orden social que Don Quijote quiere cambiar.

Obra de obras (épica, lírica, dramática o cómica), es sabia porque se guardan todos los menesteres literarios (prosa, verso, diálogos, refranes, fábulas, leyendas, discursos, filosofía). Novela de novelas (de caballerías, pastoril, picaresca, novela de amor y de aventuras), viene a ser como una «enciclopedia del sentido común español», al decir de Antonio Machado. Es también la gran parodia, un inmenso retablo de 400 personajes de la sociedad española (nobles hidalgos, mercaderes, eclesiásticos, soldados, arrieros, venteros, campesinos, doncellas, bandidos...), novela de la decadencia española en el tránsito del Renacimiento al Barroco pero con el soporte de ambos movimientos culturales y artísticos en quienes se monta la transgresión y desde la admirable síntesis del ser humano en la conjunción de Don Quijote y Sancho Panza. Y así, entre más de doscientos refranes, se alza El Quijote como maestro eterno. Y con cuatro siglos de lectores aún sigue tan nueva y tan actual como entonces. Don Quijote, admirativo respeto, extravagante, pero sin tacha, «es el espíritu mismo, en forma de un spleen, quien le lleva y ennoblece y hace que su dignidad moral salga intacta de cada humillación», al decir de Thomas Mann.

Aprendamos de ese Quijote, entre la utopía de lo que sería adelantado como idealismo romántico de aquel Renacimiento y la adelantada realidad existencialista del Barroco. Porque es El Quijote novela de novelas, renovación y modernidad, libertad, transgresión y disidencia, a quien Rubén Darío, en su ´Letania´, llamó «Noble peregrino de los peregrinos, / que santificaste todos los caminos / con el paso augusto de tu heroicidad, / contra las certezas, contra las conciencias, / y contra las leyes y contra las ciencias, / contra la mentira, contra la verdad...».

Esta es la lectura hoy de este personaje único, que será lectura de lecturas y relecturas este año que ahora comienza, el que dibujarán los niños en la escuela para conmemorar la publicación de la segunda parte de este ejemplo de caballero necesario. Por eso decimos «Este es un Quijote», porque regresa en alguien, conquistándonos, y se parece al nuestro, a una persona a la que admiramos por su nobleza o por su valor sellado por la utopía moral. Y vuelve a verse, yendo o volviendo, a luchar por la justicia después de verse vencido por los poderes establecidos, como en aquellos versos de León Felipe («Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar... / va cargado de amargura... / va, vencido, el caballero de retorno a su lugar»).

Pero Don Quijote regresa, en ese juegos de espejos, de perspectivas, de Cervantes y Cide Hamete, porque Don Quijote es de esta vida en palabras de Fiódor Dostoyevski: «La ironía más amarga que puede expresar el hombre». Confirmación que es de la razón y del orden de la injusticia del mundo desde hace 400 años, desde aquel héroe admirado, desde aquel disidente caballero, transgresor y utópico personaje.

Porque entonces, como ahora, los loqueros maltratan o encierran a los locos, porque la infamia, la injusticia, se han adueñado del mundo. Y es por eso que Orson Welles cree que El Quijote como Sancho Panza eran personajes libres, curiosamente independientes; pero hoy, «el mundo modernos les destruiría». Y sin embargo, ni él ni yo, logramos ver a Don Quijote destruido.