Hagamos el repaso a las andanzas de la banda de los Tarjetas Negras que operaba en Caja Madrid y su entorno. Uno de ellos, Jesús Pedroche, además de comprar arte sacro para sí con dinero de otros, era asiduo de Pastelerías Mallorca. Su mismo retrato como presidente de la Asamblea de Madrid que fue „aquí todos se hacían retratos, Blesa también, como si fueran don Emilio Castelar„ parece remetido en una caja de bombones. Lo he visto. Lo más curioso es que este y otro señor la usaban, la tarjeta, para sacar el bonometro, comprar en el ultramarinos o hacer una llamada de treinta céntimos.

No les bastaba, por lo visto, los dos o tres sueldos políticos, las pensiones de exministro, las dietas por asistir a los consejos, el sueldo fastuoso de directivos bancarios y los sobres de Bárcenas. Ya se nota que la avaricia es un pecado que se puede cometer a edad avanzada, en plena senectud tocando ya el acartonamiento. Tenían más capacidad de succión que garganta profunda, más que una boa. Lo más curioso al escuchar a Arturo Fernández, el dimitido patrón de patronos madrileño, es que tenían asumido eso de ir por la vida gratis total. ¡Y como no les va a ocurrir si, de normal, pagan menos impuestos que sus secretarias!

Hay que ver lo pequeños que se han quedado los Grandes de España. Jaime Gil de Biedma, además de escribir grandes poemas, recibía a la policía política de Franco en batín de seda. Su sobrina carnal, Esperanza Aguirre, a lo más que llega es a atropellar la moto de un guindilla o a repartir panfletos, hechos por algún subalterno, ante el juzgado en el que se ha de ver la querella que le presentó Podemos. Es como el consejero de Sanidad de Madrid „las peticiones de perdón, como todas las cuestiones de honor, querido, requieren respuesta inmediata„ que se enfrentó al contagio de Teresa Romero como una marquesa ante una criada que ha roto una pieza de porcelana: ¡Cómo está el servicio!