Sobre el portentoso físico Stephen Hawking tenía yo ganas de escribir algo crítico, no tanto para contribuir a la desmitificación „parcial, prudente, mínimamente fundamentada„ de un grandísimo referente de la ciencia de nuestro tiempo cuanto, y sobre todo, para hacer hincapié, a partir de poner en evidencia a una figura concreta, en las llamativas insuficiencias en que suelen incurrir los más reconocidos sabios, ya se trate de figuras de las ciencias físico-materiales, como es el caso, ya por ser considerados destacados humanistas o científicos sociales.

Hawking viene promoviendo que los ciudadanos del planeta Tierra vayamos pensando en la conveniencia de colonizar otros astros a medio y largo plazo, dada la evidente incapacidad de nuestro planeta para garantizar la supervivencia de sus futuros pobladores. Su preocupación proviene de la degradación ambiental y del crecimiento demográfico, ambos procesos visiblemente incontrolados y en gran medida irreversibles. Esta actitud, o filosofía, de dar por perdida a la Tierra y de lanzarnos a la conquista de nuevos mundos estelares (que bien es verdad que no es privativa de nuestro sabio), siempre me ha parecido excéntrica más que realista, imprudente más que avisada, pobretona más que luminosa.

Muy recientemente, el genial científico británico ha soltado otra perla menos sensacional pero francamente insensata: que la solución energética de la humanidad es la fusión nuclear. En este planteamiento coincide con muchísimos más científicos y tecnólogos, y por eso me resulta más interesante criticarlo. La base en que se afirma esta opinión, que sigue brotando del inagotable debate energético, es principalmente que, tratándose la fusión de un proceso de unión de núcleos de átomos ligeros y dirigiéndose las investigaciones concretamente el hidrógeno, constituyente del agua, se puede pensar en consecuencia que estamos ante una energía poco menos que inagotable, al ser omnipresente (o casi) la materia prima. Y se minusvaloran los enormes problemas científico-técnicos que este proceso conlleva: obtención y mantenimiento de temperaturas por encima de diez millones de grados, contaminación radiactiva del fluido obtenido, dificultad general de conseguir materiales que resistan ambos limitantes (el térmico y el radiactivo) más un largo etcétera de problemas tangibles muy lejos todavía de ser resueltos.

Los problemas que plantean los avances en la tecnología de fusión nuclear son inmensos. Tanto, que desde principios de los años 1970 se viene anunciando su advenimiento con plazos cada vez más dilatados, lo que supone un caso extraordinario en la historia de la ciencia y la tecnología. Lo recuerdo muy bien y sigo llevando la cuenta puntualmente: si en 1975, y como bálsamo que suavizara las perversidades inocultables de la fisión nuclear, se aseguraba que hacia 1985 habría alguna instalación viable de fusión nuclear, cuando llegó esta fecha la promesa se desplazó al año 2000 (en el que tantas maravillas científico-técnicas se habrían de dar cita), y entonces se desplazó al 2025, estando ahora esas previsiones (en realidad, premoniciones faltas de todo rigor) para 2040, 2050 o ´finales de siglo´. Esto quiere decir que no se tiene la menor idea de cuándo habrá fusión nuclear que sea técnica, ambiental y financieramente viable para producir energía eléctrica; mi posición ante esta dilación in crescendo sigue siendo que estamos ante lo más parecido a una gravosa tomadura de pelo (y ahí incluyo el proyecto europeo del ITER).

La ausencia de finura ecológico-moral en nuestro Hawking viene medida por el hecho de que, contra su apariencia de logro supremo, la fusión nuclear tiene mucho de ciencia y tecnología estúpidas, ya que consiste en reproducir sobre la Tierra, de modo carísimo, peligroso y sobre todo incierto, las reacciones que el sol realiza en su poderío energético, enviándonoslas bajo la forma de radiación diaria, renovable si no ilimitada, baratita si no gratis y, como quien dice, inocua: es la energía que, sin apenas transformación, se convierte en limpísima electricidad fotovoltaica. Y es tan maravillosa y libre de pecado que se ha hecho merecedora de la enemiga y el boicot de los últimos gobiernos de España, tan avispados.

El difícilmente justificable despiste atribuible al prestigioso cosmólogo tiene que ser confrontado con argumentos extra energéticos e incluso extra tecnológicos. Primero porque con el modelo de crecimiento económico actual no hay solución energética de ningún tipo, ni recurso que se considere tan inagotable que pueda surtir a nuestra enfermiza voracidad, ya que se trata de un sistema necrófilo, fatalista y se mueve, visiblemente, hacia su autodestrucción (de ahí, quizás, la perversa combinación de este postulado hawkingniano con ese otro, ya citado, de la ´fuga hacia los planetas´ una vez logrado que la Tierra sea hostil e inservible); eso de creer en un Grial energético es un absurdo.

E ingenuo es esperar de la ciencia y la tecnología la solución a problemas sustantivos, vitales de la humanidad, lo que sólo puede entenderse en Hawking si lo suponemos un científico alienado por su especialización, su incultura y su, en general, visión irreal „es decir, insuficiente, desvariada, incompetente„ del mundo que lo rodea; un mundo que, efectivamente, nos apremia más que la correcta interpretación de los misteriosos y sugerentes primeros instantes de lo que llamamos universo. Desde luego, su sensibilidad ecológica global parece cercana a cero.

Esto es practicar una religión (creencia, fe, alucinación) de pretensiones científicas, sí, pero más decepcionante que un reconocimiento de que lo sobrenatural subyace y sobrevuela la realidad del mundo y la existencia. Por eso, dado su reiterado descreimiento de que haya un Dios creador y omnipotente, resulta sorprendente, y desalentador, que muestre una fe ridícula y una esperanza vana en soluciones que tienen más, mucho más, de mágicas que de científicas.