Seguro que han oído alguna vez la frase «en este país lo que hay que hacer es trabajar más y dejarse de historias». Se le suele añadir la coletilla «tenemos que competir con los chinos». A continuación aparten la cara, porque estas cosas se rematan con un aromático regüeldo.

Pero, ¿tiene esto pies o cabeza? Es obvio que cualquier colectivo humano, por ejemplo un país, debe trabajar para sobrevivir y desarrollarse.

¿Y ya no tiene que hacer nada más? Bueno, pues dice Perogrullo que sí. Que tiene que hacer otras cosas también. Reproducirse. Criar a los pequeños. Cuidar a los ancianos y a los enfermos. Realizarse y disfrutar de la vida. Y preocuparse por los que tienen menos suerte.

César Rendueles, en su imprescindible Sociofobia (Capitán Swing, 2013), basa su boceto de proyecto de izquierda en la transición de la sociedad de mercado a la sociedad de cuidado. Una donde las personas no son ángeles autosuficientes provistas de tarjeta de crédito. Una donde todos necesitamos y entregamos ayuda, apoyo y seguridad.

Si quieren comprobar en qué dirección estamos avanzando, piensen en el famoso pleno de Toledo donde se iba a hablar de menores enfermos de cáncer. O en esos niños a quienes el comedor escolar de verano estigmatizaría. O en esa supuesta insostenibilidad de la tercera edad a que se refería Christine Lagarde. O en el desahucio de una familia con un bebé de veinte días.

Y es que dice Perogrullo que las políticas que nos están infligiendo exigen tragar una cantidad inmensa de sapos. Uno por cada abuso como los que acabo de mencionar. Muchos, muchos sapos.

Y claro, es lo que tienen los sapos. Que repiten.

Suelo apartar la cara cuando hablan los que mandan.

También estoy pensando en pasarme a la mascarilla.

¿Sí o qué?