En la película El talento de Mr. Ripley, de Anthony Minghella „director también de la magnífica El paciente inglés„, Philip Seymour Hoffman tiene un papel que parece secundario, pero es esencial. Curiosamente, no he visto que nadie hablara de ese papel: no debe de ser políticamente correcto. El personaje de Seymour Hoffman es muy amigo de Dickie „Jude Law„ y ambos son ricos, de buena familia y pasados por Yale. Ahora viajan por Europa, cada uno por su lado, en una especie de Grand Tour con escalas comunes en la costa amalfitana o Roma. Los dos se divierten, beben, navegan en lancha o yate, visitan ciudades, frecuentan óperas y museos, cavas de jazz y amores distintos. Cuando Dickie le presenta a Tom Ripley, Seymour Hoffman „su personaje„ desconfía.

Lo hace desde el primer momento: desconfiar de Ripley. No como los demás, que caen ante él seducidos por su calculada calidez, entregado mimetismo, compañía interesada, falso servilismo o afectada seducción. El personaje de Seymour Hoffman se niega a todo eso „niega el papel que Ripley se arroga para conseguir sus fines„ y se dedica a acecharlo y combatirlo para desenmascarar al impostor que se esconde tras tantas mañas, frías atenciones y muy buenas maneras. Cualquiera puede interpretar que el rechazo es una consecuencia del clasismo patricio frente a un intruso de procedencia humilde que se hace pasar por lo que no es, pero no. El rechazo es una consecuencia de la lucidez: ver la realidad allí donde los demás se creen „o se tragan„ la interesada ficción de otros.

Seymour Hoffman „cuando Ripley ya ha asesinado a Dickie y va suplantándolo por ahí„ es también el único que sabe „fiándose de sí mismo„ que Tom Ripley, además de un impostor, es un asesino: el asesino de su amigo de infancia y juventud. Y cuando lo visita en el apartamento romano de Dickie, borracho y torpe de movimientos „tan grande físicamente, Seymour Hoffman„, firma su propia sentencia de muerte. Se enfada, grita, insulta a Ripley y éste, ya descubierto, lo asesina también. Seymour Hoffman muere golpeado en la cabeza, hundido el cráneo, por otra cabeza, clásica, romana y de mármol, convertida en arma. Tanto el espectador como el lector de Patricia Higsmith saben que el personaje que interpreta Seymour Hoffman lleva razón. Pero también saben que no sólo no va a servirle de nada tenerla, sino que esa razón va a ser su perdición.

En tiempos de turbulencias la vida se parece mucho al espejismo que Tom Ripley crea a su alrededor: nada es exactamente real y sin embargo lo parece. O más precisamente: nada real se basa en la verdad y sin embargo aparenta estarlo. En eso la vida „o su apariencia„ se comporta como un verdadero estafador. No hay estafador que no sea simpático, seductor y, en cierto modo, brillante. Sin estos rasgos el estafador estaría imposibilitado para la estafa. Del otro lado, la falta de tiempo y la necesidad de hallar culpables de lo malo que nos pasa, favorece la fe en la realidad que se nos cuenta. Favorece que se crea a Tom Ripley y sus maquinaciones que nada bueno aportan. Ocurre en la política y también en el periodismo. La sociedad, en eso, funciona como el grupo de amigos ricos que quiere divertirse de viaje por Europa. Y acaba eligiendo a sus impostores y los aúpa y deja que ellos piensen por todos, incluso cuando ese pensamiento impuesto es de segunda mano, o fruto „como en Ripley„ del resentimiento y la envidia. De cierta violencia incluso. Pero de vez en cuando aparece un Seymour-Hoffman y desconfía. Si aparecieran más, la impostura lo tendría más difícil.

Ahora dicen que ha muerto porque no sabía cómo vivir un triángulo amoroso entre dos mujeres y él. Otros dicen que uno de los lados de ese triángulo era un hombre. Y los más, que era la heroína. La heroína es una buena metáfora de la deformación de la realidad, eso que no se soporta o daña cuando se sustenta sobre la mentira. Eso que Philip Seymour-Hoffman había descubierto en la mirada de Ripley. Pensé en el actor fallecido recientemente cuando escuché la entrevista que Mónica Terribas le hizo a Josep Borrell en Catalunya Ràdio. Pueden oírla en Youtube. Durante un rato pensé que Borrell „que desmiente una a una las mentiras económicas del secesionismo„ era Seymour Hoffman enfrentándose a Tom Ripley. Sólo que quien queda KO en el combate „y sin necesidad de testa romana alguna„ es Ripley-Terribas. Ocurría antes con la verdad. Antes de que las fiebres de la época nos mantuvieran en un nocivo estado de hipnosis y delirios varios. Borrell sólo nos lo recuerda. Nos recuerda cuando estábamos „y éramos„ más sanos.