Necesito decir algo importante y ni siquiera se me ocurre por donde empezar. Tanto tiempo defendiendo los intereses de otros, y cuando llega el momento de defender algo que me afecta directamente, como el sindicalismo y los sindicatos, me quedo sin palabras. Haremos un pequeño esfuerzo y olvidando mi condición de sindicalista (a mí, pueden seguir criticándome) y dejando aparte mi sindicato (el SIME), voy a hablar de las organizaciones sindicales.

Se ha destapado un posible caso de corrupción sindical en Andalucía y ya hay quien intenta meter en el mismo saco a todos y a todas. A partir de ahora, para ellos, la excepción confirma la regla y el término sindicalista es un insulto que significa golfo, aprovechado, corrupto y gandul (pongan ustedes el orden de los calificativos). Ya estamos con la dichosa generalización, que viene muy bien a determinados intereses.

Empiezan por un sindicalista corrupto, luego lo hacen extensivo a toda la organización (primero en su territorio y posteriormente, a nivel nacional), siguen extendiéndolo al resto de organizaciones sindicales (primero a los sindicatos mayoritarios) y finalmente, trasladan a la ciudadanía la imagen que les interesa implantar en la opinión pública: «Los sindicatos no sirven para nada y los sindicalistas son todos unos corruptos».

El objetivo de ese interés nos lo podemos imaginar. Si desapareciesen los sindicatos (o se debilitasen lo suficiente), no habría tantas huelgas ni movilizaciones ni protestas. El Gobierno podría dictar Leyes a su antojo (de acuerdo con sus intereses y sin pensar en los ciudadanos), los empresarios podrían hacer y deshacer en su empresa sin importarles los derechos de sus trabajadores (pensando sólo en obtener beneficios), no harían falta los convenios colectivos ni la normativa laboral, porque ante la amenaza de despido (sin indemnización), nadie se atrevería a protestar y estaríamos en manos de los poderosos, sin capacidad de reacción ni de movilización. Situación idílica para determinados corruptos (y no hablo de los sindicalistas, que habrían desaparecido).

Mientras unos organizan su plan antisindical, nuestra sociedad, aletargada, desmemoriada y muchas veces desagradecida, olvida que gracias a estos sindicatos y a estos sindicalistas, los trabajadores tenemos derechos (vacaciones anuales, indemnizaciones por despido, jornada laboral regulada, pagas extraordinarias, normativa de seguridad en el trabajo, protección contra el acoso, etc.), que, por cierto, ahora intentan quitarnos, y que no han surgido por arte de magia, sino que se han conseguido gracias a la lucha sindical, la negociación y los acuerdos que han firmado nuestros representantes.

Unos representantes sindicales que en su mayoría son trabajadores, dignos y honrados, que pueden mirar a la cara a los políticos, banqueros y empresarios para decirles que con los derechos de los trabajadores no se juega. Por eso van a por ellos, por eso intentan desacreditarlos, porque les temen y porque saben que no pueden doblegarlos ni comprarlos, como están acostumbrados a hacer en el entorno en que se mueven.

¿Un sindicalista de UGT en Andalucía se ha pasado de listo? Pues que lo pague ante la Justicia, pero que no se aproveche para acusar injustamente, a una organización con más de un siglo de historia y muchos logros sociales a sus espaldas. A la UGT, esta sociedad en general y la clase obrera en particular, le debemos muchos avances laborales y no podemos consentir que, por una manzana podrida, algunos propongan tirar el cesto al completo, con todo lo bueno que hay dentro.

Ni los afiliados de UGT ni los del resto de organizaciones sindicales se merecen (nos merecemos) la campaña de desprestigio que han emprendido, y menos, cuando ésta viene de determinados sectores políticos que antes de criticar y proponer medidas, deberían ´mirar hacia adentro´ y sanear su casa (o sus cuentas), que huele a podrido.

Aunque les moleste a otros, hoy me siento orgulloso de ser sindicalista y amigo de sindicalistas (incluidos los de la UGT).